En las calles de Matamoros y Escobedo, a espaldas del Congreso local, late frágil, pero constante el corazón de un parque.
Fue descubierto hace un año por habitantes de esta megalópolis. Lograron escuchar su tenue palpitar precisamente por el sepulcral silencio del concreto que domina sobre el paisaje, pero especialmente porque los Diputados lo confundieron con espacio vacío, ideal para construir su estacionamiento.
Lo que ahí sucedió fue tan poderoso que logró desactivar un proyecto dado, cruzado por 55 millones de pesos públicos. Se trató de una victoria emblemática, de individuos (entre ellos niños y niñas) y colectivos organizados, contra los intereses de comodidad y privilegio de una minoría con poder que, vaya paradoja, se ostentaban como representantes del pueblo.
La posibilidad de perder un área verde en el centro de la Ciudad pareció a muchos sencillamente insoportable. Ver entrar maquinaria pesada para arrancar la corteza vegetal y escuchar, one more time, el derribo de más de 30 árboles, fue una imagen disparadora de una resistencia sin paralelo.
Ante la amenaza de destrucción y la desconfianza que generan los legisladores, liderados por el hoy Alcalde de Guadalupe, Francisco Cienfuegos, los ciudadanos tomaron la radical decisión de no salirse del polígono.
La tarde del 4 de enero de 2015 llegó a la esquina el primer toldo y la primera tienda de campaña. Llovía y hacía mucho frío. Pero sólo de esta forma la contrapropuesta de un parque se materializó, ocupó su espacio y se tornó, al paso de los días, en una realidad irreversible.
Llegó un momento en el cual ahí, en esa otrora esquina desangelada, cuyo paso estaba restringido por una cerca del Congreso, tomó cuerpo un parque. Fueron construidos columpios y atrajeron carcajadas infantiles; se armaron bancas y llegaron los lonches. Se colocaron bici-estacionamientos, y llegaron en parvada más bicicletas.
La defensa del parque poco a poco se llenó de sentidos al punto de que los campistas no paraban de comer ni de agradecer por todo el apoyo que recibían lo mismo de camionetotas que de carcachas que llegaban a demostrar el apoyo con café, champurrado, tacos, carne asada, pan dulce.
La resistencia civil duró 14 días, con sus noches. Los roles terminaban, para muchos, de madrugada, porque había que regresar a casa para darse un baño y llegar a tiempo al trabajo.
En total, se reunieron más de 3 mil 500 firmas en rechazo al proyecto de un estacionamiento y en apoyo al reconocimiento del parque. La cobertura de medios al acto de resistencia conmovedor, y el uso activo de redes sociales, voltearon el escenario político a favor del parque.
El campamento se levantó cuando se reunieron dos condiciones: ya no había duda de que aquello se trataba de un parque ciudadano, de hecho, así se le bautizó, y dos, se reveló que los permisos de tala concedidos al Congreso por el Municipio de Monterrey habían caducado seis meses atrás.
Así, el proyecto del estacionamiento quedó congelado, pero, como si se tratara de un revancha, el lugar quedó sin atención pública. Las instituciones se cruzaron de brazos: pudiendo hacer parque, se quedaron fuera.
A lo largo de un año, el espacio ha servido de refugio a los empleados de la zona, que ahí se sientan a comer y a echarse su cigarrito -por cierto que deberían llevarse sus colillas- y es visitado en las tardes por niños y niñas. De noche, sin alumbrado, es usado como abrigo por algunos indigentes de la zona.
Este fin de semana se instalará un campamento de sábado a domingo para celebrar el primer aniversario del Parque Ciudadano. Me comentan los organizadores que el objetivo es, además de cuidar y disfrutar el espacio, exigir que se le declare parque público para que así se cancele la tentación de "aprovecharlo" como espacio particular y se le brinde el mantenimiento de limpieza y alumbrado que necesita.
Este parque es fruto de una sociedad voluntariosa y optimista. Su existencia es un histórico pretexto contra la resignación.
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