A horas de comida, abrirse paso a pie en el Centro de una urbe tiene un cierto encanto. El ajetreo de tanta gente despierta el apetito y la comida callejera no solo es una opción válida, sino que por sus costos obliga a los restaurantes establecidos a ajustarse a precios sumamente atractivos con la comodidad que la calle no puede ofrecer.