Con nadie quiso gobernar Benito Juárez sino con sus incondicionales. No podía compartir con nadie el poder, pues tenía dos grandes compromisos: el primero, sacar adelante el programa del partido liberal; el segundo, atender las solicitaciones de sus protectores norteamericanos.
A dos grandes grupos hizo a un lado Juárez cuando empezó a gobernar: a los militares y a los conservadores.
De los militares tenía Juárez pobre idea. Consideraba -y más de una vez lo dijo en público- que al militarismo se debían todos los males que había sufrido la nación desde la Independencia. Así, uno de los primeros pasos que dio, aun antes de su elección como presidente constitucional, fue licenciar a la gran masa del ejército. Hizo que don José María Iglesias declarara a los periódicos que con la cuarta parte del ejército quedaban cubiertas todas las necesidades militares del país. El general Mejía, para fortalecer el propósito presidencial, emitió una declaración infortunada que mucho enojó a Juárez: dijo a la prensa que 4 de cada 5 soldados republicanos estaban en el ejército debido al odioso procedimiento de la leva, y que seguramente agradecerían la oportunidad que se les daba de regresar a sus hogares.
En verdad no cometía yerro don Benito al mandar a su casa a más de 70 mil soldados. Tan enorme contingente estaba consumiendo casi las tres cuartas partes del presupuesto nacional. Si se quería tener dinero para emprender la obra de modernización prometida por el partido liberal era absolutamente necesario reducir en forma drástica el número de efectivos militares. Por otra parte, eso restaría fuerza a los generales y eliminaría una posible causa de nuevos desórdenes.
Juárez esbozó a grandes rasgos su programa de gobierno: pacificación del país; comunicación por el ferrocarril; estímulo a la agricultura propiciando la inmigración de colonos hasta conseguir que toda la tierra aprovechable fuera cultivada; educación de las masas; "regeneración" del indio mediante el procedimiento de quitarle lo indio, es decir, de arrancarle su identidad, sus tradiciones y costumbres para asimilarlo a la gran población mestiza de México.
El primer obstáculo con que se topó Juárez para llevar adelante esos proyectos fue el tremendo desprestigio que cayó sobre México con motivo del fusilamiento de Maximiliano. Por esa acción cruel e innecesaria nuestro país pasó a la categoría de salvaje: los peores elementos de la leyenda negra de España se aplicaron ahora a México. En todo el mundo, incluso en Estados Unidos, se dijo que éste era un país bárbaro habitado por asesinos.
Para colmo la gran mayoría de los mexicanos desconfiaba de Juárez. Lo consideraban enemigo de la religión, aunque quizá no lo era. Su enemistad iba contra el mal clero. Ciertamente Juárez tenía con sus protectores yanquis el compromiso de propiciar el ingreso del protestantismo a México, y cumplió con tal obligación vendiendo a vil precio algunos de los más bellos edificios religiosos a los reverendos recién llegados. El pueblo lo veía como una encarnación del diablo. No caigo en mentira o exageración si digo que de 1867 a 1872 Juárez gobernó sin el consenso del pueblo. De hecho, siempre gobernó así: él solo.
Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.