OPINIÓN

Conciencia

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN EL NORTE

3 MIN 30 SEG

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Vivo con una mujer áspera, gruñona, que me impone su voluntad y no me deja dormir si la desoigo. ¿Caeré en lo melodramático si digo que esa mujer es mi conciencia? Pasado está de moda hablar de ella. Es cosa caída ya en desuso, como la bacinica, la garrocha para quitar las telarañas de los techos y los pregones de los vendedores callejeros. Y, sin embargo, no se aparta de mí la tal conciencia. Me dicta sus dictados, terminante, y me obliga a decir y hacer lo que no quiero. Fue ella la que me puso en la necesidad de declarar públicamente, a mi pesar, que en mi opinión Claudia Sheinbaum fue la ganadora en el debate presidencial de antier, y Xóchitl Gálvez la ocupante del tercer lugar. Confieso ahora, también pese a mí mismo, que ese debate me hizo ver que la candidata de Morena, la abanderada de la 4T, es la que más y mejores cualidades tiene para ser la próxima Presidenta de México. Aun así no votaré por ella. También es mi conciencia la que me ordena negarle mi voto desde ahora. Estoy en el mismo trance en que me vi cuando en la elección del 2018 debí optar entre José Antonio Meade, Ricardo Anaya y Andrés Manuel López Obrador. A este último lo descarté primero. Antes habría votado por Barrabás o Gestas que por él. Los acontecimientos de estos últimos seis años me han dado la razón: muchas y muchos que, obnubilados por las promesas del Peje, le dieron su voto se han arrepentido amargamente de ello, y en forma pública han cantado la palinodia por su equivocación. El mejor candidato, y quien hubiera sido un excelente mandatario, era el priista Meade. Pero no voté por él porque era priista, y en este tiempo el partido tricolor cargaba con el pesado lastre de la tremenda corrupción habida en el sexenio de Enrique Peña Nieto. No podía yo sufragar por quien traía las siglas que llevaban un desprestigio tal. Voté entonces por Anaya aunque, repito, sabía que el más apto para ser Presidente de México era Meade. Igual me sucede ahora. He dicho que el debate lo ganó Sheinbaum, y que en mi opinión es la candidata con mayores cualidades para gobernar bien este país, pero con todo, y en acatamiento de lo que me dicta mi conciencia, no le daré mi voto. ¿La razón de la que parece sinrazón? No es que la señora sea la corcholata de AMLO. Pienso que de llegar a la Presidencia la tal corcholata dejaría de serlo; cobraría propia personalidad -la tiene de sobra-, enviaría al tabasqueño a su rancho y tomaría ella sola las riendas del Gobierno. Son sus orígenes ideológicos los que me preocupan. A diferencia de López Obrador ella sí es de izquierda, y lo es de extrema radical. Seguro estoy de que teniendo en sus manos el poder pondría en práctica sus ideas de juventud, pues en esto de la política juventud es destino. Un Gobierno así, izquierdista de verdad, antidemocrático, estatista, totalitario, contrario a la libertad individual, no le conviene a México, como tampoco le conviene un Gobierno de derecha, conservador, enemigo de los derechos de la mujer y de las personas con preferencias sexuales diferentes, cercano a los ricos y ciego ante los marginados, mocho. Mi voto, pues, será para Xóchitl Gálvez, aunque me inquietan sus limitaciones y me alarman los partidos que la postulan y de los cuales no se puede deslindar. Sé que mi voto conlleva un riesgo grande, pero lo asumo con tal de no ver a mi país conducido a un extremo inspirado por ideologías fracasadas ya. Entre la espada y la pared me veo, entonces. Espero no equivocarme el 2 de junio, porque me aguarda el juicio de esa mujer sañuda e incapaz de perdonar que mencioné al principio: mi conciencia, cabrona y chingativa... FIN.