OPINIÓN

Don Porfirio y sus mujeres

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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Juana Catalina Romero, llamada por todos Juana Cata, fue amiga íntima de don Porfirio Díaz en el tiempo en que ambos vivían los años de su juventud. Hermosa, inteligente, altiva, Juana dejó huella imborrable en don Porfirio.

Porfirio Díaz era un muchacho fuerte y sano. Fue él quien instaló el primer gimnasio que hubo en Oaxaca y quien llevó a esa ciudad los primeros libros que sobre gimnasia se leyeron. Con su hermano Félix hacía rounds de box. Lo acompañó en la celebrada ocasión en que Félix, descalzo y a mano limpia, escaló como "hombre mosca" la fachada principal de la hermosa catedral.

Juana Catalina Romero, por su parte, era una india grande y bella. Algunos la llamaban "Didjazá", que quiere decir "La Zapoteca". Gustaba de llevar trenzas adornadas con grandes listones azules, y caminaba con aire de majestuosa dignidad. Se decía que tenía comunicación con los nahuales, que de ellos recibía información sobre el futuro. El conde Brasseur tenía mucho interés en saber si la Compañía Luisianesa suspendería sus operaciones. Preguntó acerca de eso a Juana Cata. Ella cerró los ojos un minuto y luego le dijo que la empresa se retiraría. Pocos días después la compañía cerró sus puertas. Seducido por la hermosura y misteriosas artes de la india, a quien comparó con Isis y Cleopatra, Brasseur le dedicó muchas páginas en su libro "Viaje por el Istmo de Tehuantepec", que publicó en 1861.

Porfirio y Juana Cata se amaron intensamente. Jamás él la olvidó: cuando la guerra y la política lo encumbraron una de sus primeras providencias fue mandarle hacer a la amada de su juventud una preciosa casa estilo europeo. Para halagarla hizo que el ferrocarril transístmico, cuya construcción él había autorizado, se desviara de la ruta originalmente trazada a fin de que las vías pasaran a dos metros escasos de la puerta de Juana Cata. Ahora eso sería una molestia insoportable; entonces tal distinción convirtió a Juana Cata en la admiración de toda Oaxaca. 

El interés tiene pies, dice el refrán. En este caso el interés tuvo ruedas de ferrocarril. Don Porfirio viajaba en el tren a fin de visitar secretamente a Juana. En esas ocasiones el maquinista hacía sonar una clave con el silbato de la máquina. Al oírla corría Juana Cata hacia la puerta. El maquinista disminuía la velocidad, y cuando el vagón pasaba frente a la puerta don Porfirio daba un ágil salto y se encontraba en la casa de Juana... y en sus brazos.

Caballero bien servido, don Porfirio labró la fortuna de su amada. Por él llegó a ser Juana Cata la mujer más rica de Tehuantepec. Tuvo tierras de cultivo, trapiches, una tienda. Se convirtió -quizá para hacerse perdonar sus amores- en gran protectora de la Iglesia. Sus limosnas eran muníficas; fundó una escuela para niñas. Cerca ya de su vejez le vino el gran deseo de conocer Tierra Santa. Decía que no podía morir sin ver los sitios por donde había andado Nuestro Señor. Causó admiración en Estados Unidos, Europa y los Santos Lugares aquella altiva mujer con aspecto de reina que vestía con exquisita elegancia su atuendo de india bella: enagua y huipil, y que se adornaba con preciosísimos collares de oro que esplendían como un pequeño sol bajo del sol.