Es comprensible que ciertas literaturas de continentes como África o de países como China no sean populares entre nosotros: carecemos de traducciones y las editoriales no suelen difundir con vigor los libros que tienen de estas regiones, pero es difícil entender por qué hay otras que, aunque fueron traídas al castellano desde hace décadas, no gozan del furor que expresamos hacia otros libros. Es el caso de la literatura rusa y, en específico, de la obra de Fiódor Dostoyevski, cuyo bicentenario se cumplirá el próximo 11 de noviembre.