OPINIÓN

El cerebro gris

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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Los conservadores odiaban cordialmente a don Benito Juárez, y no tan cordialmente a don Sebastián Lerdo de Tejada. Lo llamaban "el cerebro gris"; decían que era el poder tras el trono.

Este señor don Sebastián era muy raro. De "cínico y muy laxo en materia de moral" lo motejó un autor católico. Jalapeño de nacimiento, vio la luz primera en 1823, hijo de español y criolla. Un sacerdote fue su primer mentor, como en el caso de Juárez. El padre Francisco Ortiz de Loza le enseñó las primeras letras. Por su piedad y su buen juicio mereció que se le otorgara una beca para hacer los estudios del sacerdocio en el prestigioso Seminario Palafoxiano de la ciudad de Puebla, donde permaneció cinco años, hasta 1841. El señor obispo Vázquez, ilustrado y señorial, lo hizo su familiar y le otorgó toda su confianza.

Alguna influencia extraña obró en la persona de Lerdo, pues un buen día, sin previo aviso a nadie, se salió del Seminario, y eso que ya había recibido las órdenes menores. Al parecer cayeron en sus manos libros de aquellos que la Iglesia consideraba heréticos: quizá leyó a Voltaire, a Rousseau, a Diderot, a todos los apóstoles de las ideas racionalistas y liberales que en México empezaban apenas a cobrar boga generalizada. El caso es que el joven Sebastián se trasladó a la capital y empezó a cursar en San Ildefonso la carrera de abogado. La concluyó en 1851, cuando tenía ya ambiciones de figurar en la escena pública.

Talentoso y diestro en intrigas de política fue rector del propio Colegio en el que hizo sus estudios. Amistó con don Antonio López de Santa Anna, y de él recibió nombramientos de mucha consideración. Llegó a ser ministro de Relaciones Exteriores en el período de don Ignacio Comonfort. Formidable orador, ocupó tres veces la presidencia del Congreso.

Cuando sobrevino la intervención francesa y Puebla fue ocupada por el ejército galo don Sebastián salió de la ciudad de México acompañando a don Benito Juárez. Bien pronto se ganó toda la confianza del presidente, hasta el punto en que éste lo hizo responsable de la política nacional. No correspondió mal Lerdo a la amistad de don Benito: dio forma a las manipulaciones que culminaron con la extensión del período presidencial de Juárez, acto que violentó la Constitución del 57. Intrigó también para que don Jesús González Ortega, en quien debió recaer legalmente la presidencia, ni siquiera pudiera acercarse a ella.

En el fondo Lerdo no tenía muy buena idea de Juárez. Aspiraba él también a la presidencia, y sabía, por conocer a fondo a don Benito, que éste no la dejaría por propia voluntad. Empezó, pues, a velar sus armas para convertir en realidad el sueño que había acariciado desde 1850: ser presidente de la República.