OPINIÓN

El otro Hidalgo

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

0 MIN 30 SEG

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
Don José Manuel Hidalgo Esnaurrízar es uno de los más extraños personajes de nuestra historia. Nació en la ciudad de México el año de 1826. Su padre era español; su madre mexicana. Muy joven empezó una carrera diplomática que bien podría calificarse de brillante: apenas acababa de cumplir los 20 años cuando obtuvo un nombramiento de agregado en Londres. Tres años después aparece como segundo secretario de la representación de México en Roma. El papa Pío IX se formó una magnífica idea de las cualidades personales de aquel joven mexicano, y le brindó su afecto y su amistad. Con frecuencia José Manuel acompañaba al Pontífice en sus viajes. 

Bien pronto el nombre de Hidalgo fue conocido en todas las cortes europeas. Cuando fue trasladado a Madrid, el inteligente diplomático mexicano fue recibido en las tertulias más selectas, entre ellas la que una vez por semana ofrecía en su casa la señora condesa viuda de Montijo. Ahí conoció Hidalgo a Eugenia, hija de la condesa, y se ganó también su confianza y su amistad. El hecho es importante: Eugenia sería años después emperatriz de los franceses por su matrimonio con Napoleón Tercero. En los salones de la nobleza madrileña, entre un juego de charadas y otro de tresillo, se iba tejiendo la urdimbre de los futuros sucesos mexicanos.

En septiembre de 1861 Hidalgo se hallaba de vacaciones en Biarritz cuando recibió la noticia del conflicto entre el gobierno de Juárez y las representaciones de Inglaterra, España y Francia. El mismo día que recibió la carta en que se le comunicaban los graves acontecimientos que sucedieron al decreto de suspensión de pagos, Hidalgo visitó a la emperatriz Eugenia, quien junto con su marido el emperador pasaba también aquellos días en Biarritz. Eugenia recibió al mexicano como sólo recibía a sus amigos de mayor confianza: en su salón de costura.

-Majestad -le dijo don José Manuel hablándole al oído-. Deseo tener una conversación con el Emperador. Noticias muy importantes que he recibido de México me hacen pensar que podemos realizar por fin la idea de la intervención y del imperio.

Sin responder palabra Eugenia dejó a un lado su costura y salió hacia las habitaciones interiores. Unos minutos después Hidalgo fue llamado a la presencia de Napoleón, que fumaba y leía periódicos en un sillón.

-Sire -empezó a hablar Hidalgo-. Creo que ha llegado el momento de realizar la intervención en México, de la que tanto hemos hablado. Inglaterra y España enviarán barcos a mi país, de modo que Francia no estará sola en esa intervención, que era lo que Vuestra Majestad quería evitar. Los Estados Unidos no se opondrán a la expedición, ocupados como están en sus propios problemas. Yo respondo a Vuestra Majestad de que la intervención será bien recibida por los mexicanos.

El emperador de los franceses quedó pensativo. Una y otra vez se acarició la barba como meditando las palabras que de Hidalgo acababa de escuchar. Luego le dijo que lo autorizaba a hacer gestiones encaminadas a preparar el terreno para una posible intervención de Francia en México. De esas gestiones derivó la propuesta que hizo Napoleón III para que las tres naciones firmaran un acuerdo tendiente a preservar conjuntamente sus intereses en nuestro país.