El simulador
Guadalupe Loaeza EN EL NORTE
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Duelen más las malas noticias de lejos que de cerca. Con angustia y coraje me enteré en Woodstock por todos los diarios que me llegan por Internet que colapsó el Metro. En seguida me acordé cuando Marcelo Ebrard, entonces jefe de Gobierno, me invitó a la presentación del tren "Elena Poniatowska" de la Línea 12, llamada Línea Dorada, con casi 25 kilómetros. Esa mañana todos los presentes estábamos encantados por la iniciativa del Sistema del Transporte Colectivo, el primero que ponía nombres de personajes ilustres. "Hablar del Metro es hablar del tiempo", dijo Poniatowska al afirmar que el color naranja transmitía una sensación de alegría a sus pasajeros, "a diferencia del Metro de París que es muy oscuro", agregó la escritora. Entonces los invitados no sabíamos que desde que entró en operación, la costosa Línea Dorada había presentado múltiples fallas y que había costado 26 mil millones de pesos. Diez años después esa misma Línea 12, inaugurada con tanto júbilo y orgullo, más que alegría ha provocado 25 muertos, más de 70 lesionados y varios desaparecidos. Sin embargo, Ebrard se deslinda totalmente e incluso nos recuerda con toda la cobardía del mundo que: "El que nada debe, nada teme". Típica frase de alguien que sí teme porque debe mucho. Sobre las espaldas del ahora secretario de Relaciones Exteriores pesan 25 vidas y muchos heridos. De allí que se encuentre en un verdadero dilema en su carrera política porque como dice The New York Times: "El accidente -y la incapacidad del gobierno de actuar antes para resolver los problemas conocidos de la línea- de inmediato desató una tempestad política para las tres personas más poderosas de México: el presidente y las dos figuras políticas que, se cree ampliamente, son las primeras en la línea de sucesión del partido gobernante y, posiblemente, del país".
Descubrió quién es gracias a la escritura y al periodismo. Ha publicado 43 libros. Se considera de izquierda aunque muchos la crean "niña bien". Cuando muera quiere que la vistan con un huipil y le pongan su medalla de la Legión de Honor; que la mitad de sus cenizas quede en el Sena y la otra mitad, en el cementerio de Jamiltepec, Oaxaca, donde descansan sus antepasados. Sus verdaderos afectos son su marido, sus hijos, sus nietos, sus amigos y sus lectores