El soñador; el soñado.
LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE
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Veinticinco años de edad tenía Maximiliano cuando se casó con Carlota. Ella contaba un año menos. Su nombre completo era María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina. Por falta de espacio la llamaremos Carlota simplemente. Hija del rey Leopoldo I de Bélgica, nació el 7 de junio de 1840. Esa fecha, y el papel que Carlota desempeñó en la historia de México nos hacen pensar en ella como en una figura perteneciente al pasado remoto. No es así: murió ya bien entrado el pasado siglo, en 1927.
Tenía carácter fuerte María Carlota etcétera. Huérfana de madre desde muy pequeña, su papá el rey la sujetó a las rigurosas enseñanzas de ayas y mentores que no la trataban como a la hija del rey, sino como a una hospiciana. A los dos años y medio Carlota hablaba mejor -y más- que un diputado. Leopoldo se divertía haciendo conversar a la chiquilla con los visitantes de la corte, que quedaban sorprendidos al oír los giros de elegancia que la princesita ponía en su plática, semejante a la de una persona mayor.
Al cumplir Carlota 15 años un pretendiente solicitó su mano. Era nada menos que un rey, el de Portugal, Pedro V, quien se prendó de la muchacha por su belleza y su talento. Carlota preguntó a su aya, la señora Hulst, su opinión acerca del solicitante, que paseaba por el jardín frente a las habitaciones reales. La matrona apartó las cortinas de la ventana para ver a Pedro.
-Los portugueses parecen orangutanes -sentenció-.
Y Carlota ni siquiera quiso ya que le presentaran al presunto novio.
Otro pretendiente recibió calabazas: el príncipe Jorge de Sajonia. No le pareció de mal ver a la señora Hulst, pero Carlota sufrió una gran decepción al escucharlo hablar: el tal Jorgito no podía hilar más de tres palabras seguidas, luego de lo cual se quedaba con la boca abierta como bobo de pueblo.
A la tercera va la vencida. El tercer solicitante fue un joven alto, apuesto, rubio, recién llegado de la maravillosa Viena. Este sí era un príncipe azul. Pese a su juventud tenía ya el grado de contralmirante; era el comandante en jefe la flota austrohúngara. Cuando lucía su uniforme de marino se veía muy guapo. ¡Cuántas cosas se decían de Maximiliano! Un halo de leyenda lo rodeaba. Se murmuraba que por sus venas corría la sangre de Napoleón Bonaparte, pues contaban los chismes que su madre lo concibió fuera del tálamo conyugal en amores pecaminosos con el duque de Reichstadt, hijo del vencedor de Magenta y Solferino. Era poeta Max; en los salones de las cortes europeas se recitaban versos suyos llenos de romanticismo y vaga ensoñación. Era el hermano menor del emperador austriaco, Francisco José. Pronto -informaban los agentes diplomáticos- Maximiliano sería también rey, pues su hermano lo enviaría a ocupar el trono del reino lombardo-véneto, uno de los dominios de Austria, imperio que tenía como lema las cinco vocales: AEIOU, abreviatura de la expresión latina Austriae est imperare orbi universo: "Corresponde a Austria mandar en toda la redondez del universo".
Maximiliano colmó de regalos a Carlota, y seguramente le recitó hermosas endechas de amor, pues la muchacha entregó su corazón al bello príncipe. Cuando él se le declaró Carlota se sintió tan feliz que fue a misa y comulgó para dar gracias a Dios por aquel novio que le había mandado.
Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.
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