OPINIÓN

El violín

Guadalupe Loaeza EN EL NORTE

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En plena Segunda Guerra Mundial, cuando el ejército nazi de Hitler parecía imparable y cuando los campos de concentración, los guettos y los campos de exterminio albergaban a cientos de miles de personas, en especial judíos, Stefan y Halina Prum habían encontrado la manera de escapar del Guetto de Varsovia. Para encontrar un trabajo, tuvieron que cambiar sus nombres judíos a cristianos y huir a donde fuera. Un día, sufriendo las mordidas del hambre, se acordaron del coleccionista de instrumentos musicales que vivía en el piso más alto de un viejo edificio. Stefan subió hasta la azotea. Acto seguido se encontró con una cuerda y se la amarró alrededor de la cintura para descolgarse y poder penetrar por la ventana del departamento. El lugar había sido arrasado por los nazis, sin embargo, Stefan no se dio por vencido y buscó habitación por habitación hasta encontrar lo que buscaba: tres hermosos instrumentos colgados de una pared: dos violines y una viola aparentemente muy viejos. Todo parecía indicar que los vándalos nazis no habían podido apreciar el valor de una viola y un violín Amati y otro Ruggeri, instrumentos fabricados por los "luthiers" de Cremona, Italia, los más famosos del mundo. Con extremo cuidado colocó su tesoro en una cobija, abrió la cerradura de la puerta y salió con toda naturalidad a la calle. Halina no daba crédito del hallazgo. Ella, pianista, era una de las admiradoras más fervientes de su marido, quien tocaba el violín como los propios ángeles. Los dos se pusieron felices y ambos pensaron lo mismo: ahora que eran aparentemente cristianos, podían tocar en la iglesias. Para llevar una buena relación con el párroco de la Iglesia de la Sagrada Cruz, donde se conserva el corazón de Chopin, Stefan tenía que confesarse prácticamente diario. Para ello, tenía que inventar las historias más inimaginables de un pecador imperdonable, siendo que era todo lo contrario, era un santo.