OPINIÓN

El zorro de don Porfirio

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

0 MIN 30 SEG

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
Mientras Juárez y sus adversarios se tiraban golpes don Porfirio se mantuvo en silencio en su retiro de Oaxaca. Tenía la suprema habilidad del buen político: no moverse cuando no debía hacerlo; no hablar cuando no era conveniente. Pero los acontecimientos llegaron a tal extremo que hubo de participar en el debate. Lo hizo, participó, y participó al mismo tiempo con tino y con fidelidad a sus principios.

La situación se le había tornado difícil a Juárez. Ahora se daba cuenta de que su empecinamiento en reformar la Constitución por vías ilegales lo estaba llevando a un despeñadero. Sin embargo, ya era demasiado tarde para enmendar el rumbo: su terquedad lo hizo destituir de mala manera a dos gobernadores -Méndez, de Puebla; Guzmán, de Guanajuato-, y otros más le seguían mostrando oposición.

Juárez concibió entonces un proyecto: se allegaría el apoyo de Porfirio Díaz, el más influyente de los generales de la República. Si Porfirio le manifestaba públicamente su respaldo seguramente la disidencia acabaría. 

Don Benito confiaba en recibir ese apoyo de Díaz. Su paisano no había dicho esta boca es mía a todo lo largo de la discusión sobre la procedencia o ilegalidad de la convocatoria presidencial. Nadie había logrado arrancarle una sola palabra ni a favor ni en contra del proyecto juarista. Ciertamente don Porfirio no había hecho ninguna declaración pública al respecto. En lo privado, sin embargo, había enviado decenas de cartas a sus amigos en las que daba a conocer su radical oposición a los manejos del presidente.

El 25 de agosto de 1867 se organizó un banquete en la Ciudad de México cuyo propósito era disipar la idea de que había un grave distanciamiento entre Juárez y Díaz. Existía ese distanciamiento, nacido de la ingratitud que mostró el presidente a quien le hizo posible el regreso a la capital. Ni mil suculentos ágapes habrían bastado a borrar la malquerencia que desde entonces sintió Díaz por Juárez, de modo que éste actuaba con torpeza al tratar de acercarse otra vez a quien tan mal había tratado.

Se efectuó el banquete. La prensa pagada por el gobierno manipuló tortuosamente los brindis que se hicieron y presentaron a don Porfirio apoyando la convocatoria juarista. Pero el general no se quedó callado: inmediatamente hizo publicar una rectificación en los periódicos de la capital. En ella decía que nadie puede jugar con los pueblos; que así como la espada del militar se debilita cuando éste lucha por un principio en que no cree, así la conciencia de los gobernantes falla cuando no les dicta respeto a los preceptos de la ley. No podía ser más clara la alusión a la violencia que Juárez estaba haciendo a la Constitución. Terminaba diciendo don Porfirio que por ningún motivo sería cómplice de algo que rechazaba con toda la fuerza de su convicción.

A pesar de todas las voces que escuchaba, Juárez llevó adelante el plebiscito para reformar la Constitución. Era muy tesonero el señor Juárez -por no decir muy terco- pero no siempre se mostró muy legal.