OPINIÓN

¡Fuera de aquí! (II)

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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Carácter fuerte, muy violento, era el de don Juan José Baz, gobernador del Distrito Federal en aquel año crucial de 1857. Tenía metidas entre ceja y ceja sus ideas liberales. Quería que la libertad y la igualdad formaran parte del modo de ser de los mexicanos, y para conseguir ese propósito no vacilaba en recurrir a cualquier medio, incluso el de la fuerza. Decían de él los habitantes del Distrito al mismo tiempo alarmados y divertidos:

-Baz nos quiere hacer felices a palos.

A la sazón contaba don Juan José 37 años. Era rubio, alto y delgado, de presencia agradable. Se descomponía, sin embargo, cuando alguien le tocaba por mala ocurrencia el tema de los curas. Desatinaba entonces; se salía de sus casillas. Su voz, de ordinario suave y armoniosa, se atiplaba y convertía en una especie de grito de pajarraco irritado. Manoteaba don Juan José haciendo grandes ademanes; sudaba, el rostro se le ponía de color rojo encendido, y parecía que los ojos se le iban a saltar de la cólera. Echaba humores horribles don Juan José Baz por los nueve orificios naturales de su cuerpo cuando decía pestes del clero.

Ya dije que en su juventud quiso ser cura. Estudió en el Seminario Conciliar de la ciudad de México, pero se salió y cambió la beca del seminarista por la montera del matador de toros. Alguien dirá que hay una distancia del cielo a la tierra entre ser sacerdote y ser torero, pero yo digo que también éste es una especie de sacerdote, oficiante de esa grave y solemne liturgia que es en el fondo la fiesta brava. 

Anduvo Baz en toda suerte de aventuras. Por un amigo -los tenía de todas las raleas- era capaz de dar la vida. Se enamoraba con frecuencia, y sus amores eran apasionados, tormentosos. Más de una vez se vio comprometido, por sus lances de amor, en lances de honor.

Con frecuencia era Baz colérico, desatentado. Sabía sin embargo reconocer sus culpas, y enmendaba al instante los malos efectos de su destemplanza o de su enojo. Cierto día reprendió a un borracho que escandalizaba en la calle. El individuo contestó de mala manera a la reconvención. Ciego de ira Baz le propinó una bofetada. El hombre le contestó con otra más fuerte aun y más sonora. Los gendarmes de la guardia que acompañaba al señor Baz se lanzaron contra el ebrio, pero Baz los detuvo.

-Déjenlo -les ordenó-. Aunque soy el Gobernador no tenía derecho a golpearlo, pero él sí ejerció un derecho al golpearme a mí.

Luego, volviéndose hacia el ebrio, le dijo calmadamente:

-Señor: me ha ofendido usted, y yo lo he ofendido. Nos batiremos en duelo. Escoja usted las armas.

Mohíno y asustado el hombre no aceptó el desafío. Se puso en manos de los policías para que lo llevaran detenido a pagar la multa a que se había hecho acreedor.

Siempre andaba vestido Baz con un frac de color azul que lo hacía verse muy catrín, muy petimetre. Era famoso por los chistes que contaba, todos de subido color, muy picarescos. Poseía gran fortuna, pues recibió cuantiosa herencia de su familia, que era de las más acomodadas de Guadalajara. Pero por encima de todo era Baz un furibundo liberal. El hecho de que el presidente lo nombrara su representante para que asistiera a la ceremonia del Jueves Santo en la Catedral Metropolitana hacía presagiar grandes sucesos.