¡Qué cerrazón, qué obtuso empecinamiento mostró la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana en su enfrentamiento con el Estado mexicano aquel año de 1856! En aquel tiempo la Iglesia se consideraba a sí misma el único medio a través de la cual podía el hombre escapar del infierno y obtener la eterna salvación (Al parecer cambió ya ése que antiguamente era fundamentalísimo principio de la fe). Por eso cuando los liberales comenzaron a redactar el proyecto de la nueva Constitución -la que se llamaría "del 57"- los jerarcas clamaron con tono apocalíptico: se iba a aprobar un artículo por el cual la tolerancia religiosa y la libertad de cultos quedaban establecidas.
Hasta nuestros días los historiadores católicos han descrito a los liberales de aquel tiempo llamándolos ateos, renegados, apóstatas, herejes, enemigos de la religión. No lo eran. En aquel tiempo el ciento por ciento de los mexicanos eran católicos, y por tanto los liberales también lo eran. Algunos practicaban devotamente su religión, pues pensaban con sinceridad que sus ideas liberales no estaban de ninguna manera reñidos con los principios del cristianismo, pues éstos pertenecen al reino que no es de este mundo y aquéllos tenían que ver con la política, la organización de la sociedad y otras cosas que estrictamente atañen al terreno de lo temporal. La posibilidad de hacer coexistir las ideas liberales con la fe cristiana quedó expuesta en una cuarteta que quienes eran partidarios del liberalismo y al mismo tiempo católicos fervientes gustaban mucho de citar:
Si ser felices queréis,
mis muy amados paisanos,
Patria y Virtud no olvidéis:
¡Sed liberales cristianos!
La Iglesia, sin embargo, se obstinó en una ciega actitud que rechazó violentamente el espíritu conciliador que mostraban los liberales. Estos deseaban, por una parte, poner a su país en los caminos de la libertad, y por la otra querían mantenerse fieles al espíritu nacional e incluso a la fe recibida de sus antepasados. La mayoría de los historiógrafos conservadores cita con acres comentarios la primera parte del artículo 15 de aquel proyecto de Constitución:
"... No se expedirá en la República ninguna ley ni orden de autoridad que prohíba o impida el ejercicio de ningún culto religioso...".
Con eso, dicen, se abría la puerta al protestantismo y se negaba la validez de la religión católica como única verdadera. Eso, desde luego, no es cierto. Para nada se metían los legisladores liberales a dictaminar acerca de cuál religión era la verdadera, cosa que de ninguna manera les correspondía. Ellos se limitaban a procurar establecer en México la libertad religiosa que en otros países ya existía. Su actitud, que incluso puede tildarse de abierta e indebidamente parcial en favor del catolicismo, quedó manifestada en la parte final de dicho artículo, que algunos conservadores que escribieron textos de historia ni siquiera transcriben:
"... habiendo sido la religión exclusiva del pueblo mexicano la Católica Apostólica Romana, el Congreso de la Unión cuidará por medio de leyes justas y prudentes de protegerla en cuanto no se perjudiquen los intereses del pueblo ni los derechos de la soberanía nacional...".
En la simple lectura de ese pequeño párrafo creo escuchar los apasionados debates que precedieron a su aprobación. Ahí está el drama de algunos que deben haber luchado entre la fidelidad a su religión y la convicción de que la Iglesia había sido y podía seguir siendo amenaza para el bien nacional.
Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.