OPINIÓN

La apuesta

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN EL NORTE

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Jactancio, muchacho faceto, presumido, alardeaba en una fiesta de sus conquistas amorosas, imaginarias todas. Lo escuchaba con impaciencia un caballero que por su educación no podía dejar de oír las necedades del majadero mozalbete. Proclamó el torpe mancebo: "Todas las mujeres que ve usted en esta reunión han sido mías. Menos, claro, aquella señora. Es mi mamá". "Qué coincidencia -replicó el señor, imperturbable-. Entonces entre los dos las hemos tenido a todas"... Un bromista le tapó los ojos a Himenia Camafría, madura señorita soltera, y luego le dijo disfrazando la voz: "Si no adivinas quién soy tendrás que darme un beso". Respondió de inmediato la señorita Himenia: "¿Don Miguel de Cervantes Saavedra? ¿Thomas Alva Edison? ¿Cuauhtémoc? ¿Salomón?"... Don Moneto, dineroso señor, salió de su banco y un pordiosero le pidió una limosna. El banquero iba de prisa, de modo que respondió: "Le daré algo a mi regreso". Manifestó muy digno el pedigüeño: "No doy crédito"... El señor, inquieto porque era ya la medianoche y el novio de su hija no se despedía, se asomó por el barandal del segundo piso y preguntó: "Susiflor: ¿está ahí abajo Pitorrango?". "Todavía no, papi -respondió la muchacha-. Pero ya lo veo con ganas"... El alambrista del circo entró en su remolque y sorprendió a su mujer haciendo cosas de voluptuosidad con el trapecista. "¿Qué significa esto, Chanfaina?" -preguntó iracundo. Replicó la mujer: "A ti no hay quién te entienda. La vez que me hallaste con el enano me dijiste que había caído muy bajo, y ahora que estoy con el del trapecio te enojas también"... Don Martiriano, sufrido esposo de doña Jodoncia, se rindió por fin ante las repetidas instancias de su mujer, que le exigía ir a ver al dentista. "Pero la dentista ha de ser mujer" -se atrevió a condicionar don Martiriano. "¿Por qué?" -preguntó con recelo doña Jodoncia. Explicó don Martiriano: "Porque quiero que una mujer me diga: 'Abra la boca', en vez de: '¡Cierra el hocico!'"... Dos amigos veían en la tele una película de ambiente judicial. Comentó uno: "Yo no creo en la eficacia de esas máquinas detectoras de mentiras". "Yo sí -acotó el otro-. Estoy casado con una"... El topo le hizo al conejito una propuesta al mismo tiempo deportiva e indecorosa. Le dijo: "Vamos a jugar una carrerita de aquí hasta aquella piedra que se ve allá. Yo iré bajo la superficie de la tierra; tú correrás sobre ella. El que llegue primero a la piedra podrá hacer con el otro lo que quiera". El conejito aceptó la apuesta. A una voz del topo los dos emprendieron la carrera. El conejito ni siquiera se acercaba aún a la piedra cuando el pequeño topo asomaba ya la cabeza en la meta. Entonces, según los términos de la apuesta, el topo dispuso del conejito a voluntad. El conejo, al mismo tiempo mohíno y enojado, le pidió al topo: "Dame la revancha. Cuando hay desquite no hay quien se pique". Jugaron otra vez la carrera y el resultado se repitió: cuando el conejito iba apenas a medio camino el topo ya había llegado a la meta. Otra vez repitió con el enojado conejo su indecorosa acción. El conejito, picado -dicho sea sin segunda intención-, le exigió al topo repetir la carrera. El resultado fue el mismo. Ya iba el topo a cobrar otra vez la apuesta en los mismos términos cuando una zorra que observaba los acontecimientos se dirigió al conejito y le dijo: "Eres un tontejo o un pentonto, a escoger. ¿No te has dado cuenta todavía de que son dos topos, uno al principio y otro al final de la línea? Se están burlando de ti". Respondió el conejito con delicado acento y atiplada voz: "No me importa eso. Y tú no te metas: deudas de juego son deudas de honor"... FIN.