La espada y la pluma
LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE
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Una serie de curiosas circunstancias se puso de manifiesto después de la victoria de Juárez en la elección presidencial de fines del 67. Los triunfadores quedaron muy claramente divididos en civiles y militares. Aquellos, acaudillados por Juárez, eran de su misma generación. Todos aquellos civiles provenían de familia acomodada: con excepción del mismo Juárez y de Ignacio Manuel Altamirano, indio como él, pertenecían a lo que un marxista -¿recordará alguien qué es eso?- habría llamado "la burguesía".
Los militares eran más jóvenes que los civiles. Pertenecían a la misma generación de su jefe, Porfirio Díaz. Con excepción del mismo don Porfirio y de Riva Palacio tenían cuna humilde: eran proletarios, para decirlo igualmente en terminología de Marx.
Otra diferencia la marcaba el grado de preparación de unos y otros. Los civiles eran cultos; algunos -como Altamirano, Payno, Vallarta, Prieto- cultísimos. Prácticamente todos, con excepción de Juárez, poseían gran elocuencia oratoria. Sabían escribir, y de entre ellos salieron poetas, cuentistas, novelistas que son adorno de la literatura nacional. En cambio, los militares eran eso, militares. Con la notabilísima excepción de don Vicente Riva Palacio, hombre de consumada pericia lo mismo con la espada que con la pluma, todos los demás temblaban al verse en la necesidad de decir en público tres palabras seguidas, y escribían con descomunales faltas de ortografía que no hubiese cometido un párvulo.
A pesar de eso los civiles andaban chuecos, y los militares no. Quiero decir que aquéllos eran políticos, buscaban el poder. Los militares, en cambio, habían luchado por los ideales de la república, por la patria. Vieron cómo de un plumazo Juárez los mandó a su casa sin siquiera decirles gracias, y vieron también cómo maniobraba el astuto y tenaz abogado para quedarse en el poder. Entendieron que las frases de don Benito sobre la sagrada Constitución del 57 habían sido solamente eso: frases. Así, empezaron a considerar a los civiles como una mala ralea de politicastros ambiciosos. Creo que en esa concepción está la primera semilla de lo que luego sería el porfiriato.
Por otra parte, hay que decirlo, los civiles no se hicieron presentes en la lucha contra el francés. Nadie diga en su abono que no tenían por qué hacerlo, pues no eran militares. Débil argumento sería ése: en los tiempos de la invasión americana los intelectuales fueron al campo de batalla. Junto a los militares combatieron los sabios y los poetas. Ahora no. Los intelectuales se habían hecho políticos, y los políticos siempre se cuidan mucho. Don Benito hasta se fue de México: en su cómodo refugio del Paso del Norte esperó pacientemente, con un buen paraguas de fabricación americana, a que amainara el temporal. Los demás siguieron su ejemplo y se escondieron. Pero eso sí: cuando los generales obtuvieron el triunfo aquellos pensadores salieron muy ufanos, como si hubiesen contribuido mucho a sacar de México al francés.
Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.
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