OPINIÓN

La fronda

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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En marzo, mayo y octubre de 1861 sir Charles Wyke, embajador de Su Majestad Británica en México, envió sendas cartas a su gobierno en las que manifestaba su preocupación por el mal curso que tomaba la administración de Juárez. En las dos primeras misivas manifestó su convicción de que sólo "... el pequeño grupo de los moderados, si llegaran al poder antes de que todo se pierda..." podría salvar a México. En la última desechó esa idea y dijo que únicamente una intervención extranjera sería bastante para sacar al país del caos en que se encontraba.

El último de octubre de aquel año se reunieron los representantes de las tres potencias afectadas con la suspensión del pago de la deuda externa decretada por Juárez: Inglaterra, Francia y España. Los señores Rusell, Flahaut e Isturiz, respectivamente, firmaron un pacto para el sólo efecto de ayudarse mutuamente a recuperar sus créditos. Se comprometían a "... no buscar para sí mismas adquisición de territorio, ni ninguna ventaja particular...". Aquellas tres naciones tenían un ojo puesto en el gato y otro en el garabato: por un lado, buscaban recuperar su dinero, puesto en riesgo por la insolvencia del gobierno juarista; por el otro, evitaban indisponerse con los Estados Unidos, que, aunque ocupado con su guerra civil bien podía después cobrarse caro el agravio que le inferían los europeos al meterse en un territorio que los norteamericanos consideraban como de su exclusiva propiedad.

Mientras eso sucedía el grupo de monárquicos mexicanos que residían en Europa se movían activamente. Consideraban que la intervención de las tres potencias era un grave riesgo para México, y que en mayor peligro estaría la nación si al término de la guerra americana resultaban vencedores los sureños, que buscarían aumentar más su poderío ampliando sus territorios hacia el sur. La idea de aquellos mexicanos era consolidar una nación con un gobierno estable y fuerte que pudiera enfrentar una nueva intentona expansionista de los norteamericanos. A dichos hombres -Hidalgo, Gutiérrez Estrada, Juan Nepomuceno Almonte- la historia oficial los ha tachado injustamente de traidores. Error craso es juzgar lo acontecimientos de un tiempo con el criterio de otro. Se ha dicho que traicionaron a su país porque llamaron a un príncipe extranjero para que viniera a gobernar a México. Es de saberse que en aquel tiempo era uso común que un extranjero ocupara el trono de una nación que no era la suya. España tuvo varios reyes que no eran españoles. En nuestros días tiene como reina a una extranjera, y nadie considera que el rey Juan Carlos hizo traición a su patria al desposarla.

Una cosa era evidente: Juárez se mostraba incapaz de gobernar. Wyke, que simpatizaba con las ideas liberales, escribió esto a fines de 1861: "... El país se hunde más y más bajo cada día, mientras la población se ha brutalizado y degradado hasta un punto que causa horror de contemplar...". Dubois de Saligny, ministro francés, relataba: "... No pasa día sin que, al caer la tarde, en todos los puntos de la capital, muchas personas sean atacadas por los asesinos... En el estado de anarquía, de descomposición social, en que se encuentra este desgraciado país me parece absolutamente necesario que tengamos en las costas de México una fuerza material bastante para acudir a la protección de nuestros intereses...".