OPINIÓN

La gran demagogia

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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El artículo 127 de la Constitución determinaba con meridiana claridad el procedimiento para reformar la ley máxima. Correspondía a la representación nacional introducir cambios en el código fundamental. Juárez temió que su proyecto de reformas no fuera aprobado, pues su propósito era reducir las facultades del Poder Legislativo y fortalecer el poder del Ejecutivo. A fin de justificar la violación de la ley constitucional en el procedimiento para obtener aquellos cambios Juárez se apoyó en la más absoluta demagogia, en el populismo más inconsecuente. Por propia voz y a través de su ministro Lerdo sustentó la peregrina tesis de que la voluntad del pueblo es omnímoda, y que está por encima de la ley. Siendo esto así, razonaron Juárez y Lerdo, es lícito recurrir a la opinión del pueblo en vez de seguir el camino de la ley. Así lo dijo Lerdo de Tejada en una circular que envió junto con la convocatoria para efectuar las reformas que proponía Juárez: "... La voluntad libremente manifestada de la mayoría del pueblo es superior a cualquier ley... El pueblo es el verdadero soberano...". El argumento es tan débil que no es de extrañar que haya indignado, y aun escandalizado, a los propios seguidores de Juárez. La manifestación de Lerdo contiene una mayúscula aberración jurídica: la voluntad del pueblo, por muy soberano que sea, no está por encima de la ley. Se supone que en esa ley se ha plasmado ya la voluntad popular, y existen caminos, determinados por la propia ley, para cambiar la manifestación original. La Constitución del 57 no contemplaba el plebiscito o la consulta popular como vías para llevar a cabo esas reformas constitucionales. Juárez mismo, en su ansiedad por fortalecer su poder, incurrió en la misma inexplicable sinrazón. El 22 de agosto de 1867 dijo en un manifiesto: "... He cumplido también con otro deber, inspirado por mi razón y mi conciencia, proponiendo al pueblo algunos puntos de reforma a la Constitución, para que resuelva sobre ello lo que fuere de su libre y soberana voluntad...". Al proponerle al pueblo lo que al pueblo no se debía proponer Juárez violaba en forma abierta la Constitución que había jurado defender. Muchas veces la conciencia de Juárez había claudicado: dígalo si no el infame tratado MacLane-Ocampo, hecho con su aprobación. Ahora fallaba también la razón de aquel presidente empecinado en ampliar su poder aun por encima de la ley.