La musa de París
Guadalupe Loaeza EN EL NORTE
Hoy me vestí de negro; toda de negro. Estoy de luto por la muerte a los 93 años de la cantante y actriz francesa Juliette Gréco, cuya única razón de sus numerosas vidas fue la libertad. "No es importante ser amada, lo esencial es amar", decía con sus ojos grandes y oscuros como de venada. Como si se hubiera tratado de una viuda eternamente enlutada, durante más de 60 años, Juliette se vistió de negro, tal vez era una forma de rendirles homenaje a todos sus amores, especialmente el que le brindó a Jean-Paul Sartre en esa pequeña habitación del hotel La Louisiane de la Rue de Seine. Curiosamente, el mismo en el que también vivía Simone de Beauvoir y se citaba con Sartre para hablar de sus amores. Poco a poco, se fue convirtiendo en la musa de Saint-Germain-des-Prés, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, en la que su madre y su hermana mayor, Charlotte, fueron deportadas por haber participado como activistas en la Resistencia. (Hay que decir que Juliette nunca se llevó bien con su madre: "Busqué su atención toda mi infancia, nunca me vio. Era un amor en un solo sentido", escribió en sus memorias). Una vez liberado París, los parisinos tomaban las calles, bailaban y brindaban por la paz del mundo. Se pusieron de moda los cafés "existencialistas", en donde se discutía durante horas de la nada, el absurdo y la estupidez humana.
Descubrió quién es gracias a la escritura y al periodismo. Ha publicado 43 libros. Se considera de izquierda aunque muchos la crean "niña bien". Cuando muera quiere que la vistan con un huipil y le pongan su medalla de la Legión de Honor; que la mitad de sus cenizas quede en el Sena y la otra mitad, en el cementerio de Jamiltepec, Oaxaca, donde descansan sus antepasados. Sus verdaderos afectos son su marido, sus hijos, sus nietos, sus amigos y sus lectores