OPINIÓN
LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE
Por qué sucedió lo increíble.
Dice José Fuentes Mares en su "'Biografía de una Nación": "De la fulgurante campaña de Hidalgo, iniciada con la toma de Guanajuato y finiquitada trágicamente en Chihuahua, queda pendiente un hecho sin explicación suficiente: por qué no se apoderó de la ciudad de México al día siguiente de su victoria en Monte de las Cruces".
Los historiadores, en efecto, se preguntan todavía por qué Hidalgo emprendió la retirada cuando un nuevo triunfo -quizá el definitivo- parecía seguro. Se habla, incluso, de una agria disputa entre Hidalgo por un lado, y Allende y Aldama por el otro, éstos recomendando vivamente el asalto a la ciudad, aquél ordenando la retirada. Muchas hipótesis se han arriesgado: Hidalgo sintió temor -aun tomando México- de quedar a merced del ataque de Calleja, que con un ejército superior al suyo venía ya rumbo a la capital; o no quiso el cura de Dolores entregar la ciudad al saqueo de su incontenible muchedumbre; o pensó que México estaría bien defendido, de modo que atacarlo sería inútil.
La verdad es otra: Hidalgo ordenó la retirada porque a las fuerzas insurgentes se les había acabado el parque. Treinta balas de cañón llevaban solamente, y casi nada de pólvora y munición para los rifles. El dato se obtiene de una comunicación firmada por Hidalgo y por Rayón, su secretario. Ese documento se encuentra en la Colección Hernández Dávalos: "El vivo fuego que por largo tiempo mantuvimos en el choque de las Cruces -dice Hidalgo- debilitó nuestras municiones, en términos que convidándonos la entrada a México las circunstancias en que se hallaba, por ese motivo no resolvimos su ataque, y sí retroceder para habilitar nuestra artillería... Esta retirada, necesaria por la circunstancia, tengo noticia se ha interpretado por una total derrota, cosa que tal vez pueda desalentar a los pusilánimes, por lo que he tenido a bien exponer a usted esto... Proveídos de abundante bala y metralla no dilataré en acercarme a esa capital de México, con fuerzas más respetables y temibles a nuestros enemigos".
La increíble retirada de los insurgentes, en efecto, fue interpretada como una derrota. El virrey Venegas se ocupó de hacerla aparecer así, y empleó todos los recursos de la propaganda -ya existían entonces- para conseguirlo. Hizo crear un distintivo y condecoró con él al regimiento de Las Tres Villas "por su gloriosa victoria de Las Cruces". Un problema hubo al otorgar tal distintivo: no había soldados a quienes colocárselos, pues todos habían quedado muertos en el trágico Monte. Elementos de otros regimientos se hicieron pasar como los vencedores para recibir la condecoración. Al capitán Bringas, muerto por una herida de bala en el estómago, se le hicieron solemnes funerales y se le tributaron honores póstumos de héroe. Agustín de Iturbide, entonces oscuro militar, fue ascendido a capitán; empezó entonces a correr la fama de su valor y gallardía. Y alguien cometió la solemnísima burrada de abrir una suscripción popular merced a la cual se recaudó una buena suma de dinero que se puso a rédito para que Torcuato Trujillo, considerado ahora el salvador de México, pudiera vivir el resto de sus días sin trabajar.
En España, sin embargo, "El Semanario Patriótico" publicó un relato completo de la vil acción de Trujillo cuando, fingiendo rendición, dejó acercarse a los insurgentes para hacer que sus hombres dispararan sobre ellos. "Damos el nombre de rebeldes -escribió el anónimo redactor del semanario- a los agitadores de México, y no creemos faltar con ello a la equidad. Detestables los llaman a boca llena los señores diputados. Mas esta misma equidad nos obliga a decir también que hacer fuego sobre estos rebeldes al tiempo de estar parlamentando con ellos, según se refiere en el parte dado al virrey por D. Torcuato Trujillo, ni fue justo, ni honesto, ni político. A un enemigo, sea quienquiera, o no se le oye, o si se le oye es preciso guardarle el seguro. ¡Qué no diéramos porque esta triste circunstancia no se hubiera verificado, o ya que la desgracia lo hizo así, porque no se hubiera estampado en ningún papel público, ni de aquí ni de allá!".
Hidalgo se dirigió a Querétaro. Muy menguadas iban ya sus fuerzas: más de 40 mil hombres habían desertado de sus filas después de la cruenta acción de Monte de las Cruces, donde casi 3 mil insurgentes habían muerto. De los desertores muchos se llevaron sus armas, que por el camino iban vendiendo. Mientras eso sucedía, el fortísimo ejército de Calleja marchaba al encuentro de los insurrectos. En Aculco, cerca de Querétaro, se hallaron las dos fuerzas. Y fue Aculco para Hidalgo el principio del fin.