OPINIÓN

La última ilusión

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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La versión oficial de nuestra historia debe leerse muchas veces al revés: los que en ella aparecen como buenos no son siempre tan buenos, y los que figuran ahí con traza de malvados no son tampoco el total epítome de la maldad.

Cada vez encuentro más razones para estimar a don Ignacio Comonfort. Vituperado por la historiografía liberal a mí me parece don Ignacio el prototipo del republicano: ponía siempre el bien de la nación por encima de sus propios intereses. Lados oscuros tiene Comonfort, igual que todos los humanos. Sin embargo, un relato imparcial de su vida y sus hechos hará que el fiel de la balanza se incline definitivamente a su favor.

Es la madrugada del 28 de abril de 1857. Don Ignacio Comonfort, presidente de la República, tiene frente a sí al capitán Nogueras, quien llorando le acaba de confesar que es parte de una conjuración para apresarlo. ¡Y Comonfort le había dado toda su confianza y su amistad! Tembloroso, el desleal militar espera oír de labios del general Comonfort las palabras que lo condenarán a muerte.

Pero don Ignacio no pronuncia esas palabras. Con pesadumbre en la voz dice a Nogueras.

-Retírese usted de mi presencia. La justicia militar lo juzgará.

Salió el muchacho. Comonfort, atribulado, se volvió hacia la pared para que Zuloaga y los demás no pudieran ver sus ojos, empañados por el dolor que le causaba ver aquella gran traición. Luego, con voz que se le quebraba en la garganta, dijo estas palabras:

-Si Osollo ha tomado parte en esto perderé la última de mis ilusiones.

Este Osollo era don Luis Gonzaga Osollo, a quien hemos encontrado ya en el curso del relato. Valiente soldado, pundonoroso caballero, católico ferviente, pensó que las leyes promulgadas por los liberales para limitar los privilegios del clero atentaban contra la Iglesia. Combatió entonces al gobierno de Comonfort con la fe de un cruzado. Vencido, se negó a acogerse a su clemencia y fue desterrado a los Estados Unidos. Ahí pasó miserias, hasta el punto de no tener a veces qué comer. Enterado de su aflictiva condición Comonfort le mandó una cuantiosa suma de dinero, que Osollos rechazó con dignidad. Tan pronto pudo regresó a México a seguir luchando contra un gobierno que a él le parecía odiosa tiranía. Fue vencido otra vez. Herido gravemente en un brazo que se le hubo de amputar regresó a su casa en la ciudad de México a fin de recobrar la salud. 

Se decía que Osollo había jurado no volver a tomar las armas contra Comonfort, obligado por sus continuas muestras de amistad. Eso era falso. Ningún juramento hizo Osollo. Antes bien cuando el general Parrodi, que ordenó curarlo en el campo de batalla, le ofreció dejarlo en absoluta libertad si juraba lealtad a las instituciones Osollo contestó:

-Doy a usted las gracias, general, pero yo a nada me comprometo. Hará usted bien en guardarme con toda vigilancia.

¿Estaba comprometido Osollo en aquella conjura que tanto apesaró a Comonfort? ¿Qué final tuvieron los conspiradores descubiertos? ¿Logrará el presidente de la República triunfar sobre sus enemigos? ¡No se pierda el siguiente capítulo de esta apasionante serie!