OPINIÓN

Las tres potencias

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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Cartas llenas de alarma llegan a la ciudad de México procedentes de París. Las firma mi ilustre paisano coahuilense don Juan Antonio de la Fuente, quien fungía a la sazón como representante de Juárez en la capital de Francia. Don Juan Antonio da cuenta de que se está preparando una representación común de Francia, España e Inglaterra para exigir en forma solidaria y mancomunada el pago de las deudas que nuestro país tiene con esas tres naciones.

En octubre de 1861 sir Charles Wyke, ministro inglés en México, envió un informe reservado a su gobierno en el que manifestaba que había dos esperanzas para la nación mexicana: una, que triunfara el partido de los moderados -el de González Ortega- sobre los radicales "rojos" que sostenían a Juárez; otra, que una intervención europea pacificara al país, que seguía destrozado por la guerra civil.

Juárez maniobró para deshacerse de González Ortega. Como comandante del ejército don Jesús estaba bajo sus órdenes. Le mandó entonces que volviera a ponerse al frente de las tropas a fin de batir a las facciones conservadoras que merodeaban cerca de la capital. A regañadientes, pero a fin de no ser tachado de traidor, González Ortega pidió al Congreso una licencia para separarse de sus funciones en la Suprema Corte y salió de nuevo a la campaña. No quiero pensar mal de don Benito Juárez, pero seguramente éste deseaba en su interior que en la guerra le pasara a González Ortega lo mismo que le sucedió al pobre don Santos Degollado, que no regresó de su expedición.

Juárez, libre por el momento de su principal adversario político, se dedicó a atender el problema con las naciones europeas. Al tratarlo cometió un error muy grave: pensó que Inglaterra, Francia y España, tres naciones que más de una vez habían luchado unas contra otras, no llegarían nunca a un acuerdo. Se equivocó de medio a medio don Benito, y su error fue el origen de otros siete años de destrucción y muerte para México.

El 31 de octubre de 1861 se firmó en Londres una convención por la cual aquellas tres naciones se comprometían a actuar conjuntamente para proteger sus intereses afectados por el gobierno mexicano. Lo cierto es que cada uno de esos tres países tenía un interés: Inglaterra aspiraba a ejercer una especie de protectorado en México que detuviera de una vez por todas las ambiciones expansionistas de los Estados Unidos; Francia -es decir, Napoleón III- quería crear en México una monarquía con influencia francesa; España deseaba colocar en el trono de México a un príncipe de la casa de Borbón, medida que habría ayudado a evitar las cruentas guerras carlistas. Las tres naciones pensaron que la Guerra de Secesión en que se debatían los norteamericanos les brindaba una magnífica ocasión para poner el pie en América, aprovechando como pretexto los graves conflictos mexicanos.

El decreto de suspensión de pagos emitido por Juárez fue un regalo puesto en bandeja para el grupo de mexicanos que en Europa trabajaban por el restablecimiento de la monarquía como único medio para poner fin al caos y a la anarquía que en México reinaban. En esta parte de nuestra historia tendrá intervención sobresaliente un singular personaje: José Manuel Hidalgo.