OPINIÓN

Mente aldeana

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN EL NORTE

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Tenemos un Presidente de muy pocas lecturas. Eso se evidencia con desatinos tales como el de equiparar a los científicos de hoy con los Científicos del Porfiriato. Desde luego nadie pide que México sea una república platónica regida por un filósofo o un sabio, pero inquieta tener al frente de la Nación a alguien que muestra tan poca sensibilidad ante la ciencia, el arte y la cultura en general. De ahí los continuados roces de López Obrador con los intelectuales, los científicos y los artistas, a quienes parece ver como parásitos improductivos que no merecen apoyo alguno y de los que es posible prescindir sin que suceda nada. La mente de AMLO es aldeana. Su escasez de recursos culturales le impide alternar con sus homólogos de otras naciones, por eso no sale nunca del país. Otros mandatarios hacían viajes a Inglaterra, a Francia, a España. Él los hace a Cuitlatzintli, San Zenón Bocagrande y Hediondilla. En el concierto de las naciones civilizadas el atril de México está ahora arrinconado. Si en el extranjero se habla de nuestro Presidente es sólo para hacer la crónica de sus dislates o para tomarlo a irrisión, como sucedió cuando el Detente. Candidato que llegó al triunfo por los vicios y errores de su antecesor, el tabasqueño está fallando como Presidente. No lo dicen sus adversarios: lo señalan los números. Por eso no quiere medir la economía de la Nación, sino el bienestar y la felicidad del pueblo, tan difíciles de numerar. En todos los órdenes de la vida nacional los efectos de sus políticas han sido muy nocivos. Peor aún: estamos viendo amenazados nuestros márgenes de libertad y de respeto a las garantías constitucionales. No andará descaminado aquel que diga que además de retroceder también vamos hacia atrás. ¿Cuántos sexenios se necesitarán para recuperar lo que México está perdiendo en el de López Obrador?... Otra pregunta: ¿qué hizo Libidiano cuando se vio a solas con Pechina, joven mujer de exuberantes prendas físicas? Le puso las dos manos en el opimo busto. "¿Te has vuelto loco? -protestó ella indignada al tiempo que lo rechazaba con violencia-. ¿Qué te has creído, estúpido? ¿Con quién crees que estás? ¿Por qué hiciste eso?". Libidiano se echó a llorar desconsoladamente. "¡Perdóname, Pechina! -sollozó hundiendo el rostro entre las manos-. ¡No supe lo que hacía! ¡Qué vergüenza siento! ¡En adelante ya no podré verte a los ojos, aunque la verdad es que rara vez ponía la mirada ahí! ¡Estoy sinceramente arrepentido! ¡De rodillas suplico tu perdón!". En efecto, se hincó ante la muchacha. "Levanta, Libidiano -le dijo ella, magnánima-. Te perdono, pero a condición de que busques ayuda profesional, pues evidentemente sufres un desorden mental grave, quizá erotomanía, nombre científico de la cachondez. Te sacaré una cita con el doctor Duerf, psiquiatra muy reconocido a juzgar por lo que cobra. Ponte en sus manos, y las tuyas no las vuelvas a poner aquí". Libidiano, lleno de vergüenza, se sometió al tratamiento del célebre analista, que duró dos años. El tratamiento, no el célebre analista. Tan pronto el doctor Duerf lo dio de alta ("Está usted curado. Pase a la caja"), Libidiano fue a visitar a Pechina. ¿Qué fue lo primero que hizo cuando estuvo ante ella? ¡Volvió a ponerle las dos manos en el opimo busto! "¿Te has vuelto loco? -exclamó ella otra vez-. ¿Qué te has creído, estúpido?". Se ve que su vocabulario era limitado. Añadió luego: "Veo que el tratamiento del doctor Duerf no dio resultado". "Sí dio resultado" -afirmó el tipo. "¿Cómo? -se exaltó Pechina-. ¡Volviste a ponerme las manos en el busto!". "Es cierto -admitió Libidiano-. Pero ahora ya no me dio vergüenza"... FIN.