OPINIÓN

MÉXICO MÁGICO / Catón EN EL NORTE

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Una vez, cuando en mi otra juventud me dio por viajar de aventón a muchas partes, fui a caer en un pequeño pueblo de Jalisco llamado Pihuamo. Gente muy buena, campesina, me recibió una noche en su ranchito, y dormí un sabroso sueño en la bodega del maiz. Me despertaron en la madrugada los sonoros mugidos de las vacas que pedían ordeña. Me levanté, y en la oscuridad que todavía no disipaba la luz del nuevo día encaminé mis pasos al corral. El señor de la casa, al verme, trajo un jarro de regular tamaño, en él puso la leche que salía caliente, humeante de la ubre de la vaca que estaba ordeñando. Luego puso en el jarro una tablilla de chocolate, y terminó de llenarlo con un generoso chorro de alcohol puro de caña. Dijo el hombre al hacer esto último: "Un chingazo de lo bueno, joven, pa'que le sepa". Perdón por la palabra, pero no hay otra mejor para significar una dosis generosa de algo. Terminada su obra el señor meneó el jarro a fin de que se mezclaran bien aquellos ingredientes, y me lo tendió con la grave cortesía de los rancheros cuando ofrecen algo.