OPINIÓN

MÉXICO MÁGICO / Catón EN EL NORTE

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Recuerdo la última vez que fui a Oaxaca. De allá traje dos cosas. Fue la primera una gran caja llena de prodigios: barro negro, y verde y rojo; tejidos de Santa Ana; una cuchara magnificente labrada en madera por manos indias de Zaachila... Traje también, en otra caja, alimentos para el cuerpo: pan prócer; tasajo que podría alimentar a un regimiento; clayudas portentosas; tamales de insignes tamaleras; chocolate pontifical; moles que dejan en blanco y negro al arco iris; mezcales de Chagoya en pequeñas botellas, mezcal de todas las variedades posibles y de las por haber: minero, de gusano, de pechuga, de poleo, de tejocote, de nuez, de yerbabuena, de almendras, reposado, de zarzamora, de maguey azul... Traje también quesos de Oaxaca, más beneméritos aun que aquel otro benemérito que les platiqué.