Un día, cuando en mi primera juventud me dio por viajar de aventón a muchas partes, fui a caer en un pequeño pueblo de Jalisco llamado Pihuamo. Gente muy buena, campesina, me recibió por la noche en su ranchito, y dormí un sabroso sueño en la bodega del maíz. Me despertaron en la madrugada los sonoros mugidos de las vacas que pedían ordeña. Me levanté, y en la oscuridad que todavía no disipaba la luz del nuevo día encaminé mis pasos al corral. El señor de la casa, al verme, trajo un jarro de regular tamaño, en él puso la leche que salía caliente y humeante de la ubre de la vaca que estaba ordeñando. Luego puso en el jarro una tablilla de chocolate, y terminó de llenarlo con un generoso chorro de alcohol puro de caña. Dijo el hombre al hacer esto último: "Un chingadazo de lo bueno, joven, pa'que le sepa". En este caso esa fuerte palabra servía para designar una dosis generosa de algo. Terminada la mixtión el señor meneó el jarro a fin de que se mezclaran bien aquellos ingredientes, y luego me lo alargó con la grave cortesía de los rancheros cuando ofrecen algo.
Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.