OPINIÓN

MÉXICO MÁGICO / Catón EN EL NORTE

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Las ciencias y las artes han estado siempre separadas en México. Ha habido aquí un divorcio entre la técnica y las humanidades. Cuando cursé mi bachillerato en el Ateneo Fuente eso fue como hacer la prepa en el paraíso. Mis andaduras me han llevado siempre por el camino de las humanidades, pues no tengo caletre para las matemáticas y anexas. Cursé, pues, en el glorioso Colegio las materias que nos servían como preparación para estudiar Derecho. Debo decir que la formación que se nos daba era al mismo tiempo amplia y firme. Estudiábamos en aquellos años -los cincuentas del pasado siglo- Griego y Latín, pero estudiábamos también Francés e Inglés. Hacíamos cuatro o cinco cursos de historia universal y de México; aprendíamos etimologías; entrábamos en la filosofía, la lógica, la ética; nos deleitábamos con variadas literaturas: universal, española, de México, hispanoamericana... Mientras nosotros leíamos a Bécquer, a Nervo, a Zorrilla de San Martín, a Isaacs, nuestros condiscípulos del bachillerato que se llamaba de Ingeniería andaban trasijados y enteleridos; iban por los corredores con paso de sonámbulos; parecían ánimas en pena. Y es que los agobiaba día y noche el estudio de las abstrusas ciencias cuyos conceptos debían meterse a fortiori en la cabeza. Para su desgracia duraba todavía la tradición que en su tiempo representó don Octavio López, profesor a quien don Artemio de Valle Arizpe, quien fue su alumno, calificó de "funesto", por la costumbre que tenía de reprobar a todos sus alumnos. Esa misma estúpida actitud la habría yo de encontrar muchos años después en el Ateneo, cuando fui su director. Algunos maestros de las materias llamadas científicas -principalmente Matemáticas, Física y Química- tomaban como a injuria personal el hecho de que alguno de sus alumnos les aprobara el curso. Su orgullo consistía en reprobar a todo el grupo, como si eso fuera demostración de su saber. No me podía yo explicar tal idiotez, ni hasta la fecha la he entendido. Parece ser que es un fenómeno mundial, y que mientras el mundo sea mundo la Humanidad doliente estará condenada a sufrir a esos malignos maestros reprobadores en la misma forma en que ha debido sufrir la lepra, el cólera y la peste negra.