Los mexicanos en general sabemos bailar medianamente; no así los gringos, excepción hecha de los dos señores antes mencionados y algunos pocos más. Los yanquis bailan como cuáqueros. Y como los cuáqueros no bailan, entonces los norteamericanos bailan mal. Tengo una teoría para explicar ese fenómeno: nuestros vecinos aprenden a bailar en escuelas de baile, y en esas escuelas lo único que se aprende es a contar: "Un dos tres; un dos tres". Los mexicanos de mi generación, en cambio, aprendimos a bailar en los congales -perdonen mi francés-, y ahí sí que se aprende. Era infinita la variedad de estilos coreográficos que se practicaban en esas instituciones beneméritas donde a cambio de una ficha de 20 centavos las insignes damas que ahí ejercían su oficio nos enseñaban mil y un pasos: arrastraditos; marcados; recortados; corriditos; más una infinidad de quiebres, cortes, giros, vueltas y toda suerte de suertes a cuyo lado las numerosas de la charrería son nada.
Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.