OPINIÓN

MÉXICO MÁGICO / Catón EN EL NORTE

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Los cronistas del México antiguo hablaban de un zoológico fantástico.  He aquí algunos ejemplares.

- El ahuizote. Es un animal anfibio que nadie sabe cuál sería. Se asemejaba, dicen, a la nutria, también llamada "perro de agua". Tenía una mano al final de la cola, y con ella apresaba a los hombres para ahogarlos. A fin de atraerlos imitaba a la perfección el llanto de una doncella. Se cree que su nombre proviene de Ahuízotl, un rey que se caracterizó por su maldad.

- El ajolote. Creían los antiguos mexicanos que este animal tenía útero, como la mujer, y que menstruaba igual que ella. Era platillo de ricos, especialmente de hombres viejos, pues pensaban que promovía la lujuria.

- La cencuate. Era una serpiente nocturna, tan venenosa que alguna vez estuvo a punto de acabar con todos los animales de la tierra. A fin de que pudieran defenderse de ella los dioses hicieron que la cencuate brillara en la oscuridad. La palabra que la designa viene de centli, mazorca de maíz, y coatl, culebra.

- El cacomixtli. Es el hijo menor del león. Su nombre viene de tlaco, medio, y miztli, león. Es un medio león, un león que se quedó a la mitad. Los antiguos mexicanos no conocían el gato, que llegó con los conquistadores. Lo llamaron mizto, apócope de la voz miztontli, leoncillo. Quizá de mizto vengan las palabras "micho" y "michito" con que a veces llamamos a los gatos.

Pero no sólo fauna mágica tiene este país maravilloso, México. Tiene también mágica flora. Estuve en Aguascalientes hace tiempo, y me regalaron dos cajas de guayabas, de las mejores de Calvillo. Al emprender el viaje de regreso las hice poner en la sección de carga del avión, uno de aquellos pequeños aviones de 19 pasajeros. Durante todo el vuelo la cabina de la aeronave -así se dice- olió a guayaba. Una señora dijo que ya la traía mareada aquel aroma. Yo me hice tonto, desde luego, a fin de no asumir la responsabilidad de tan intenso olor, como de jardín de Oriente o perfumado harén. Con razón García Márquez habló de "el olor de la guayaba". Huele esa fruta, huele...

Y otras cosas a más de guayabas traje de Aguascalientes. También traje decires. Los saqué de un anecdotario estudiantil narrado por el doctor Humberto Ruvalcaba. He aquí algunos.

- No hay pendejo que no sea terco.

Eso es muy cierto: señal clara del tarugo es empecinarse en sus tarugadas.

- ¡No te dejes, Enriqueta!

Tal frase la dice alguien para animar a otro en una discusión o pleito. Según el doctor Rubalcava esa frase la dijo por primera vez un preparatoriano cuya maestra se llamaba así: Enriqueta. Pidió la profesora a otro alumno que le dijera el nombre de una isla del archipiélago de la Sonda. Respondió el escolapio: "Sumatra". Fue entonces cuando gritó el otro, distraído: "¡No te dejes, Enriqueta!". Pensó que se estaban peleando.

- La Cafiaspirina.

Así le decían a una muchacha feíta, porque no afectaba al corazón, igual que ese conocido remedio antigripal.

- En cuestiones de doncellas, sólo Dios y ellas.

Significa que no conviene entrar en investigaciones sobre virgos. Ya lo dijo el licenciado Severiano García, aquel inolvidable "Chato" Severiano, cuando le pidió a la encargada de la ventanilla de Correos: "Dos timbres de veinte centavos, por favor, señora". "Señorita" -le reclamó ella con gesto agrio. "No vengo a investigar virginidades -replicó don Severiano-. A mí mis timbres". Así nacen las frases.