OPINIÓN

MÉXICO MÁGICO / Catón EN EL NORTE

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El joven sacerdote se quedó turulato, sorprendido. Desde que llegó de Estados Unidos como misionero, desde que estaba en la parroquia de San Isidro Labrador, de Arteaga, no había visto cosa igual. Pero ahí estaba aquel hombre, alto, recio pese a no ser un joven ya, de tez rubicunda curtida por el sol, ojos claros y cabello entrecano asomándole por el sobrero de palma. Traía un enorme machete entre las manos, y le había pedido al sacerdote: