OPINIÓN

MÉXICO MÁGICO / Catón EN EL NORTE

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Siempre ha habido reyes, y también siempre ha habido roscas, pero rosca de Reyes no siempre ha habido. Para mí esa tal rosca fue una novedad:  mi niñez no la conoció, y mi primera juventud tampoco. Pídame usted una lista de los panes de dulce que he comido aquí y en mis viajes y la escribiré:

-Alamares, buñuelos, conchas, dedos de dama, chamucos, apasteladas, cuernos, picones, hojarascas, molletes, empanadas, aleluyas, ladrillos, pasteles, dedos de novia, roles, bigotes, moños, polvorones, orejas, monjas, bizcochos, donas, puchas, churros, gajorros, bienmesabe, pestiños, melindres, cuchufletas, voladores, pechugas de ángel, morelianas, mamones, artaletes, chorreadas, pan de vida, pan de muerto, soletas, papelinas, marquesote, bartolillos, alfeñiques, trenzas, volcanes, peteneras, chilindrinas, gimbaletes, torrejas, frutas de horno, galletas, repostería, turuletes, panochitas, trocantes, peteretes, revolcadas, panqués, banderillas y rodeos.

Vuelvo a decir que esta costumbre de la rosca de Reyes no es antigua en muchas ciudades. Poco más viejo entre nosotros -me refiero a los mexicanos- es Santa Claus. Y sin embargo no es tan viejo. Encuentro esta nota en un ejemplar de la "Revista de México", fechada en marzo de 1907:

"... Nosotros no tenemos las tradiciones sinceras, ingenuas, hermosísimas, de los países del Norte. Y es una lástima que no se hayan aclimatado entre nosotros, ya que vamos perdiendo aquellas que eran genuinas y formaban la delicia de pasadas generaciones. El buen Santa Claus deja sus renos y su trineo en latitudes muy altas; y como nosotros no tenemos chimeneas, no encuentra camino por dónde pasar hasta el hogar donde han dejado sus diminutas chinelas los niños antes de irse a la cama.

"Ojalá se implantara entre nosotros esa dulce costumbre arcaica de los septentrionales! Con ella ganarían un pedazo de pan y una esperanza los que desde hoy están velando, en torno de una mesa paticoja, en un cuchitril infecto, con la garra del hambre laborándoles el vientre, la angustia velándoles los ojos turbios, y un gran desaliento encima de sus almas.

"Con la adopción de tales costumbres patriarcales muchos niños habría que pudieran recibir con una sonrisa la madrugada nivosa del día de Navidad, al descubrir en el hogar el presente que, en un carro alado del que tiran fabulosos renos, ha dejado la noche anterior el buen santo consentidor y paternal, que viene de muy lejos...".

Curiosa nota es esa. Pensaba su autor que bastaría adoptar a Santa Claus para que automáticamente hubiera regalos en la casa de los que sin ese buen gordo consentidor y paternal debían resignarse a estar en torno de una mesa paticoja con la garra del hambre lacerándoles el vientre. Ahora tenemos Santa Claus, y la citada garra sigue laborando.

Por fortuna los mexicanos somos muy fiesteros. ¿Qué sería de nosotros si no tuviéramos ese buen ánimo, derivado seguramente de un sano y benévolo catolicismo que nos libró de los rigores calvinistas? Partamos, pues, con alegría la rosca en nuestro sitio de trabajo o en nuestra casa -o en las dos partes, si se puede-, y hagamos otra fiesta el 2 de febrero, y una más el 14, y luego el 10 de mayo, y ái nos vamos hasta darle la vuelta entera a la rosca del año.