OPINIÓN

MÉXICO MÁGICO / Catón EN EL NORTE

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El señor don Jaime Rodríguez fue varillero durante mucho tiempo. Quiero decir que se ganó la vida vendiendo quincalla de pueblo en pueblo, cosas de lencería, cintas y listones, espejos y peinetas, piezas de tela, abalorios y mil y mil mercaderías más que en los lugares pequeños son de mucho aprecio. Entre los que visitó estaba Nombre de Dios, en el Estado de Durango. Llegó y fue mejor recibido que el doctor Dulcámara de la preciosa ópera "El Elixir de Amor". Todos le querían comprar, todos admiraban muy abiertos de boca los variados efectos que llevaba. Querían todos llevar algo: aquel un peine, el otro un encendedor de yesca y pedernal, las muchachas querían espejos, las señoras de más respeto un chal. Por desgracia, le dijeron con rostro muy compungido, todavía no se levantaba la cosecha, y por lo tanto nadie tenía ahí dinero. ¡Eso qué importa! declaró muy alegre el buen don Jaime. Había confianza, no faltaba más. Que cada quien tomara lo que su gusto fuera, ya apuntaría él la compra en un cuaderno que para tal caso llevaba prevenido, y volvería después a cobrar el monto de lo fiado.