OPINIÓN

MISCELÁNEA DE HISTORIAS / Catón EN EL NORTE

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MIRADOR

 

¿Quién talló esta pequeña efigie de alabastro que tengo sobre uno de los estantes de mi biblioteca?

El personaje de la estatua no ve, pero me mira. Es John Milton, que escribió acerca del paraíso que perdimos. Ciego, vio más cosas que las que vemos los que podemos ver.

Leí sus versos una vez, y no me afligí mucho por el edén perdido. Pensé que a cambio de ese paraíso ganamos otro: la mujer. Y aunque no alcanzamos el don de la sabiduría universal logramos una mayor sabiduría: la del amor.

Me mira el ciego, y yo lo veo a él con mi ceguera de hombre.

Quizás él piensa en el perdido paraíso. Yo pienso en el paraíso recobrado.

¡Hasta mañana!...

 

 

PRESENTE LO TENGO YO

 

Un hijo de la.

 

En este mundo hay gente muy cabrona. Perdón por la franqueza, pero no hay otro modo más claro de expresar esa verdad. La supo Thomas Hobbes, por eso escribió aquella inmortal frase: Homo homini lupus. El hombre es el lobo del hombre. La supo Margarito Ledezma, por eso escribió aquellos inmortales versos: "Mi corazón también es de cristiano, / y lo tráis humillado y ofendido. / Si le sigues cargándole la mano, / el día menos pensado da el tronido".

Si todavía conservas la fe en la humanidad, lector amigo, déjame que te cuente una historia. Esta señora vive sola en su casa. Es anciana y viuda; tiene un hijo que casi nunca la visita. Miran por ella las vecinas: todos los días van a preguntarle cómo amaneció; le llevan bocaditos; le hacen los pequeños servicios que a la viejita se le ofrecen: pagarle los recibos del agua y de la luz; cobrarle su pequeñísima pensión; llevarla al doctor cuando lo necesita... También hay gente buena en este mundo. A lo mejor por eso conservas la fe en la humanidad. Pero deja que te siga contando.

Un día va la vecina del otro lado a verla y la viejecita no abre la puerta. Llama con insistencia la señora, y sólo alcanza a escuchar un quejido. Se asoma por la ventana y ve a la ancianita caída en la cocina. La anciana la ve y le hace señas desesperadas para indicarle que no se puede mover.

La vecina trae a su hijo, un muchacho alto y robusto. Él le dice a su madre que llame a la Cruz Roja y luego abre la puerta de una patada. Conforta a la ancianita y espera a su lado hasta que viene la ambulancia. Alguien ha dado aviso al hijo, que llega horas más tarde, cuando su madre está ya en el hospital. El hombre ve la puerta y pregunta quién la dejó así. Va con el muchacho y le dice que tendrá que pagarle los daños. La casa es suya. Debió llamarle por teléfono, para venir él y abrir con la llave. La puerta vale mil 500 pesos.

¿Pasas a creer? No que la puerta valga mil 500 pesos; las hay más caras todavía. ¿Pasas a creer que haya alguien así? Peores los hay, tienes razón. Y no digas que Hitler, pues no necesitamos ir tan lejos: en todas partes hay gente maldita, de esa infeliz estirpe que -decía Machado- va apestando la tierra.

¿Cómo supe esta historia? Me la contó la mamá del muchacho, que me habló por teléfono ayer, muy apurada, para preguntarme si su hijo tendrá que pagar aquella puerta.

-Usted es abogado. Dígame qué debemos hacer.

Lo de abogado se me quitó hace tiempo, pero consulté el código aplicable en este caso, el del sentido común, y dice en su artículo primero que es más importante una anciana que una puerta de mil 500 pesos. O de 3 mil, para el caso es lo mismo. El muchacho, entonces, no tiene por qué pagar las tablas rotas. Le pedí a la señora que si el hombre pretende obligar a su hijo a entregar ese dinero me avise de inmediato, para poner aquí con letras grandes el nombre del menguado que estima en más una puerta que el bien de su mamá. Ojalá lea este artículo el talísimo, para que se dé por notificado.

 

 

EL ÚLTIMO DE CATÓN

 

Nalgarina Grandchichier, bailarina de moda, le dice a una compañera: "-Mis piernas son mis mejores amigas". "-¿Ah sí? -replica con intención la otra-. ¿Entonces por qué permites que te las separen tan frecuentemente?".

 

 

MANGANITAS

Por AFA

 

"... Congreso de adivinos...".

 

Se tuvo que suspender

-en un diario leí yo-

porque ninguno encontró

el salón donde iba a ser.