OPINIÓN

MISCELÁNEA DE HISTORIAS / Catón EN EL NORTE

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MIRADOR

 

HISTORIAS DE LA CREACIÓN DEL MUNDO

Pasaron los filósofos.

Y dijo Dios:

-Éstos me intuyen.

Pasaron los teólogos.

Y dijo Dios:

-Éstos me inventan.

Pasaron los científicos.

Y dijo Dios:

-Éstos me adivinan.

Pasaron los poetas.

Y dijo Dios:

-Éstos me ven.

¡Hasta mañana!...

 

 

PRESENTE LO TENGO YO

 

De cruz a cruz, y de poeta a poeta.

 

Yo admiro mucho a quienes dicen que se hicieron a sí mismos: a nadie culpan del pobre resultado. Yo, en cambio, me reconozco obra de mis padres y de mis maestros. Ellos pusieron lo bueno que hay en mí; lo malo es mi personal aportación.

El gusto por el romanticismo literario se lo debo a la señora Amelia Vitela viuda de García, profesora mía de Español en el tercer grado de la secundaria. Me reveló a Gustavo Adolfo Bécquer, muchas de cuyas rimas puedo decir de memoria hasta este día, no sé si el de mañana. También por esa exquisita dama y gran maestra leí los claros versos de don Juan Zorrilla de San Martín, poeta nacional del Uruguay.

En 1888 -el mismo año, si no recuerdo mal, del nacimiento de Ramón López Velarde-, aquel bardo uruguayo terminó de escribir su "Tabaré". En tal poema cantó la desaparición de los charrúas, indígenas bravíos que cayeron ante el embate de la colonización. La reciente muerte de la mujer a la que amaba hizo que San Martín diera a sus versos un dolorido tono de elegía:

Duerme, hijo mío. Mira: entre las ramas

está dormido el viento;

el tigre en el flotante camalote,

y en el nido los pájaros pequeños.

Hasta en el valle

duermen los ecos.

Duerme. Si al despertar no me encontraras,

yo te hablaré a lo lejos.

Una aurora sin sol vendrá a dejarte

entre los labios mi invisible beso...

El niño duerme,

duerme sonriendo.

- - - - -

La madre lo estrechó. Dejó en su frente

una lágrima inmensa, en ella un beso,

y se acostó a morir. Lloró la selva.

Y, al entreabrirse, sonreía el cielo.

¿Habré citado bien? Así lo espero. Las citas ya no acuden cuando uno las cita. Comoquiera diré que en el poema de Zorrilla de San Martín hay una fe profunda en los designios providenciales. Hay quienes culpan a la Providencia de sus tarugadas. "Ya me tocaba" -dicen. No es cierto: se pusieron de pechito en el tocadero, lo cual es diferente. El poeta uruguayo lamenta la extinción de los charrúas -tan nobles ellos; tan hermosas ellas-, pero cree firmemente que la religión católica y la lengua castellana fueron compensación más que suficiente por la pérdida. Si a eso le añadimos el Quijote -digo yo- hasta salimos debiendo.

En 1919 asistía don Juan Zorrilla de San Martín a un congreso en Montevideo. Le informaron que un poeta mexicano presente en el encuentro había enfermado y estaba a las puertas de la muerte. Dejó de inmediato la reunión y fue al lado del enfermo. Lo halló muy grave; seguramente iba a morir. Los médicos que atendían al mexicano confirmaron su presentimiento: el poeta vivía sus horas finales. Un mal de uremia lo había consumido.

Entró Zorrilla en la cámara donde yacía el agonizante, y éste lo reconoció, pues se trataban de tiempo atrás, y se querían bien. Sucedió entonces algo cuyo relato me conmueve mucho. Lo escribiré mañana. Pero desde ahora diré que ese poeta mexicano era Amado Nervo.

(Continuará).

 

EL ÚLTIMO DE CATÓN

 

La esposa de Astatrasio Garrajarra, ebrio consuetudinario, habló con un psicólogo, y éste le recomendó que en vez de recibir con aspereza a su marido cuando llegara borracho lo tratara con dulzura. "-Eso lo hará sentir vergüenza de su embriaguez" -le dijo. La señora puso en práctica la recomendación. Esa madrugada, cuando llegó Astatrasio, en vez de cubrirlo de denuestos como acostumbraba, o negarle el acceso a la morada, lo recibió con un amoroso abrazo. Luego dijo al estupefacto temulento: "-Has tenido un día muy pesado, mi vida. Ven; te voy a preparar unos huevitos picositos. Luego nos iremos a la cama y, si quieres, haremos el amor". Astatrasio se queda pensando un momentito y luego dice con tartajosa voz: "-Bueno, linda; está bien. Vamos, qué ingaos. Al cabo de cualquier modo cuando mi mujer regrese me va a poner como campeón".

 

 

MANGANITAS

Por AFA

 

"...La soberanía es la mejor herencia que dejaremos a nuestros hijos".

 

Lo decimos con prestancia.

Pero no faltará quien

pida en herencia, también,

algo de mayor substancia.