OPINIÓN

MISCELÁNEA DE HISTORIAS / Catón EN EL NORTE

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MIRADOR

 

Jean Cusset, ateo con excepción de aquella vez que cayó enfermo, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó:

-Creer en Dios no presenta dificultad alguna. Lo verdaderamente difícil es no creer en él. He orado pidiendo la gracia de la duda, pero mis oraciones no han sido contestadas. Sé que mi última pregunta tendrá que recibir como respuesta la palabra "Dios", porque más allá no habrá más preguntas, ni más respuestas, ni otra palabra alguna.

Siguió diciendo:

-Ignoro, naturalmente, quién es Dios, o qué es. Si lo supiera dejaría de creer en él, pues un dios a la medida de mi conocimiento dejaría de ser dios. En cuestiones de teología prefiero dejar las cosas como están. Es decir, más allá de todas las teologías.

Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.

¡Hasta mañana!...

 

PRESENTE LO TENGO YO

 

Examen final.

 

Toda esta semana me ha atribulado una congoja. He aquí que un excelente reportero de la Ciudad de México me hizo una de las mejores entrevistas que se me han hecho desde que mi locuacidad desenfrenada me dio categoría de sujeto entrevistable. En esa conversación salgo diciendo que no profeso ninguna religión. ¿Dije yo semejante mahomía? Seguramente sí, pues el joven entrevistador recogió con eficaz fidelidad todas mis palabras. Quién sabe entonces qué maléfico demonio me trastornó las mientes y me llevó a usar el verbo "profesar" en vez de "practicar", que es lo que en verdad quise decir.

Nadie me reprobó la necedad. ¿Quién le habla a uno de sus tonterías? Pero allá arriba se me quedó viendo mi papá, que antes de llevarnos de cacería nos hacía escuchar misa de 5 (de la mañana) en San Juan Nepomuceno. Mi terciaria abuela, mamá Lata, dijo seguramente con molestia: "¡Qué carambada!", expresión la más sonora que solía usar. Y de seguro también doña María, madre de mi esposa y segunda madre mía, que me enseñó las hermosuras del rosario, meneó tristemente la cabeza.

¿Que no profeso ninguna religión? ¡Pero si soy católico, y tridentino además! Mal católico, es cierto, pues no me ha dado el Señor la humildad que se requiere para sentirse parte de una grey y formar en la asamblea de los fieles. Eso, con mis dudas, me impide merecer estar con ellos, pero nada evita que a veces yo sea el único que se persigna cuando el jet levanta el vuelo, aunque entre los pasajeros vaya también algún moderno cura de esos de alzacuello y iPad.

A veces, al terminar una de mis conferencias, alguien me pregunta cuál es mi religión y mi estado civil. Suelo contestar:

-Soy católico. Creyente, no practicante. Y soy casado. Practicante, no creyente.

Dicacidades aparte, llevo el catolicismo en la médula de los huesos, quizá por eso no se me nota. A mis amigos les divierte ver mi casa llena de santitos, desde el medieval Cristobalón, ya descontinuado por la Iglesia, hasta el moderno Maximilian Kolbe. En la cabecera de mi cama está un angelito de la guardia que pintó para mí Enrique Canales (que de Dios goce), con una inscripción que dice: "Ángel cuidando a Armando". Y recuerdo como si fuera mañana el día de mi primera comunión.

Lo que sucede es que quiero mucho a la gente y me asusta ver cómo se divide por motivos religiosos. Cuando dos personas empiezan a discutir de religión me aparto de ellas como de dos borrachos que van a darse golpes. Para mí la suprema religión es el amor, y la mejor liturgia es la que consiste en hacer el bien -aunque sea poquito bien- a alguien. Espero que esa creencia no me descalifique para pertenecer a la comunidad católica, en cuyo seno nací y fui bautizado y en cuya eucaristía -aunque indigno- espero terminar mi vida.

Profeso la religión católica, sí. Llevo en la sangre -y la sangre no admite dudas- a la Virgen de Guadalupe y al Santo Cristo de la Capilla. Pero sé que no falto a la fe que me legaron mis mayores si pienso que Dios no distingue entre católicos, judíos, protestantes, mahometanos o budistas. Creo que el hombre no se salva por su manera de rezar sino por el bien que hace a los demás. "A la caída de la tarde -dice San Juan de la Cruz- todos seremos examinados de amor". Para ese examen me preparo yo. Esa religión -la del amor- es la que procuro practicar.

 

EL ÚLTIMO DE CATÓN

 

Llegó un viajero a cierta pequeña aldea en la montaña. Caminaba en busca de la hospedería cuando vio a un hombre que corría desolado. "-¡Corra usted también, forastero!" -le grita el individuo al pasar. "-¿Por qué?" -inquiere el viajero, poniéndose al parejo con él. "-¡Porque viene 'El Mochabols'!" -contesta el sujeto sin dejar de correr. "-¿Quién es ése?" -pregunta el visitante corriendo igual. "-Es un loco -responde el hombre apresurando la carrera-. Trae un cuchillo, y a todos los varones que tienen tres les corta uno". "-Entonces no corro peligro -se tranquiliza el foráneo-. Yo tengo dos". "-Corra lo mismo -le recomienda el otro-. 'El Mochabols' primero corta y luego cuenta"... (¡Horror! ¡Qué forma tan fea de perder un pie!).

 

MANGANITAS

Por AFA

 

"... Ya no hay tanta burocracia en las dependencias públicas...".

 

Recibí el dato en cuestión

de un burócrata en servicio.

Me lo dio en atento oficio

con cien copias al carbón.