OPINIÓN

MISCELÁNEA DE HISTORIAS / Catón EN EL NORTE

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MIRADOR

 

Esta naranja es anaranjada.

Nadie diga que soy un Perogrullo: no todas las naranjas son de color anaranjado. Las hay amarillas, verdes, ocres, y aun cafés. Muchas que parecen anaranjadas no lo son: están pintadas de anaranjado, pero no son anaranjadas. A veces casi ni son naranjas.

Esta naranja sí es anaranjada. Lo sé porque la ví crecer, y cuando maduró yo mismo la corté del árbol. La tengo ahora entre mis manos, como una poma de oro. La comeré enseguida. Su jugo me llenará con su dulzor y me pondrá el alma anaranjada como un pequeño sol.

"¿Dónde está Dios?" -preguntaba en su catecismo el fiel Padre Ripalda. Y respondía: "En el cielo, en la tierra y en todo lugar". Ahora, digo yo, se encuentra en este fruto como joya que empiezo a sacar de su joyel. Me llevo un gajo a la boca... Esperen un momento. No me hablen. Estoy comulgando.

¡Hasta mañana!...

 

PRESENTE LO TENGO YO

 

El arte de vender. Y de comprar.

 

En la puerta de una iglesia católica en Polanco, barrio rico de la Ciudad de México, pedía limosna un pordiosero. Lo raro es que el hombre era judío: llevaba el típico yarmulke, gorrito con que los judíos ortodoxos se cubren la parte posterior de la cabeza, y lucía las clásicas patillas de quienes profesan la doctrina hebraica.

Del otro lado de la puerta estaba un pedigüeño mexicano, vestido de manta y con huaraches. Llegaba la gente al templo, veía al judío y al pobre mexicano, y sin dudar le daba la limosna al mexicano, al tiempo que lanzaba una mirada de rechazo al israelita. El judío no recibía nada, en tanto que el mexicano ya tenía lleno de monedas y billetes el sombrero de palma que usaba para recibir las limosnas.

Una bondadosa dama se condolió de la aciaga suerte del judío. Fue hacia él y le dijo: "Se ha equivocado usted, buen hombre. Ésta es una iglesia católica. Aquí nadie le dará nada. Vaya a la sinagoga; está muy cerca. Seguramente ahí sí le darán limosna".

El judío agradeció con humildad aquel consejo. Cuando se retiró la señora el judío se vuelve hacia el indito mexicano: "Abraham" -le dice. Responde el supuesto indígena: "Dime, Moisés". Comenta el judío en tono irónico: "¡Estos mexicanos! ¡Nos quieren enseñar mercadotecnia!".

La mercadotécnica, en efecto, es abstrusa y ardua ciencia. Ciertamente comprar es uno de los instintos básicos del homo sapiens, y más de la sapiens mulier. Una reciente encuesta norteamericana mostró que las señoras ponen el shopping en segundo lugar en la lista de los 10 grandes placeres que se pueden disfrutar, superado sólo por el comer. (El sexo ocupó un modestísimo séptimo lugar).

Aun así, inducir a las personas a comprar es todo un arte. Hay en Estados Unidos una universidad donde los futuros gerentes de supermercados estudian tres o cuatro años a fin de aprender cómo colocar las mercancías del modo que más llamen la atención de los consumidores.

En Saltillo una señora de condición modesta tejía con macramé unas preciosas bolsas para dama. Sus bolsas eran muy apreciadas, como lo prueba el hecho de que hasta sus amigas se las alababan. Y eso no es nada: su suegra y sus cuñadas se las alababan también. Por eso la señora se decidió a ofrecerlas al público. Su marido, comerciante de oficio, le sugirió que las exhibiera en la capota de su coche a la salida de un plantel de esos que tienen alumnado de la alta sociedad. Las señoras van a dejar o recoger a sus hijos, razonó. Ahí verán las bolsas, y de seguro las comprarán.

La esposa hizo sus cálculos de costo de material y mano de obra, y les fijó a las bolsas un precio de 200 pesos. El primer día varias señoras se acercaron a mirarlas y preguntaron cuánto costaban, pero ninguna las compró. Llegó a su casa la frustrada comerciante y le contó a su esposo su fracaso: no había vendido ni una bolsa. "Dóblales el precio -sugirió el marido-. Dalas a 400". Ella se asombró: si a 200 pesos no las había vendido, a 400 menos las vendería.

En efecto, el segundo día tampoco vendió nada. "Ponlas a 800 pesos" -aconsejó el esposo. Nuevo asombro de la señora, y al siguiente día nuevo fracaso: otra vez ninguna venta. "Dalas a 1,600 pesos" recomendó el esposo. ¡Ocho veces más caras que el precio original! Sólo por no contradecir a su marido la esposa les fijó ese precio al día siguiente. Y ¡oh maravilla! ¡Vendió todas las bolsas que llevaba! Las señoras las veían, preguntaban el precio y pedían que se las dejara, por favor, a 1,500 pesos. Accedía la señora, como haciéndoles un gran favor, y la venta se consumaba de inmediato.

Llegó la vendedora a su casa y llena de júbilo le contó a su marido aquel fantástico éxito. ¿Por qué -le preguntó- había sucedido aquello? Antes no había podido vender nada, y ahora las señoras se disputaban las bolsas. ¿Por qué? Respondió el hombre: "Porque les faltaba precio".

En efecto, aquel sabio mercadotecnista sabía algo que en mercadotecnia es importante: muchas veces la gente confunde lo caro con lo bueno. Y eso se aplica en todos los órdenes de la vida, desde la moda hasta la educación.

 

EL ÚLTIMO DE CATÓN

 

Capronio, sujeto incivil y majadero, iba a asar carne en el jardín. Su señora fue a preparar el asador. Al verla le dice Capronio con irónico tono de acre burla: "Deberías ponerte a dieta, gordinflona. Estás del ancho ya del asador". Ella, acostumbrada como estaba a los sarcasmos e inris de su esposo, no respondió palabra. Pero esa noche, ya en el lecho conyugal, Capronio sintió el natural deseo de la carne, y se arrimó mimoso a su mujer en busca de los goces del connubio. Ella lo apartó de sí y le dijo con tono que también sonó sarcástico. "Estás equivocado si crees que voy a encender todo el asador nomás para calentar una salchichilla botanera".

 

 

MANGANITAS

Por AFA

 

" Abundan las encuestas".

 

Las hay de aquéllas y de éstas,

y otras se preparan ya.

Me pregunto cuándo habrá

una encuesta a las encuestas.