OPINIÓN

MISCELÁNEA DE HISTORIAS / Catón EN EL NORTE

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MIRADOR

 

HISTORIAS DE LA CREACIÓN DEL MUNDO

 

Adán estaba admirado por la grandeza de la Creación.

-¡Qué maravilla hiciste, Señor! -dijo al Creador-. Lo que más me asombra es la infinita variedad de seres vivos. Desde la amiba hasta el elefante y los grandes monstruos marinos, ¡qué inacabable cantidad de criaturas, y cuán distintas son unas de otras!

-Si supieras observar bien -le contestó el Señor- verías que en realidad todas obedecen a los mismos principios y parten de un modelo único que las hace ser esencialmente iguales. Bien vistas las cosas no hay diferencia alguna fundamental entre una ballena y un microbio. En realidad, la obra de la creación es un sólo tema con muchas variaciones.

-¿Cómo? -se sorprendió Adán-.

-Muy sencillo -le contestó el Señor-. Las variaciones son las diversas criaturas que hay en el universo; es decir, ustedes. El tema es la vida que se perpetúa por medio del amor; es decir, Yo.

¡Hasta mañana!...

 

PRESENTE LO TENGO YO

 

Morir por nada.

 

Por muchos años fui profesor de Literatura en el Ateneo. No impartía en las aulas esa clase: llevaba a mis alumnos a uno de los jardines del Colegio, y ahí, bajo la sombra de los árboles, sentados ellas y ellos en el césped y en una silla yo, les hablaba -y hablábamos- de libros.

Una vez les leí dos cuentos de Anton Chejov. Uno se llama "Tristeza". Trata de un cochero a quien se le ha muerto su hijo primogénito. Lleno de pesadumbre el infeliz quiere comunicar su pena. Cuenta a sus pasajeros la temprana muerte de su muchacho, tan amado, tan lleno de promesas.... Nadie lo escucha; todos tienen prisa. Acaba la jornada; regresa a su casa el infeliz y lleva el caballo a la cuadra para darle el pienso. Mientras la mansa bestia come, el cochero se sienta junto a él y empieza: "¿Sabes, caballo? Anoche murió mi hijo...". Y habla, habla del muerto largamente... Y el caballo lo escucha...

El otro cuento del ruso lleva por título "La muerte de un funcionario". En el teatro un burócrata de segunda categoría estornuda sin llevarse el pañuelo a la boca. Salpica la calva del hombre que ocupa el asiento de adelante. Voltea el hombre, molesto, y el burócrata se sobresalta: es un funcionario de alto nivel del ministerio donde trabaja. Farfulla una disculpa, y el otro la acepta de mal modo. Pensando que el jefe está enojado se disculpa nuevamente con él durante el intermedio. El hombre le dice que olvide el asunto. Se preocupa aún más el burócrata. Lo espera a la salida y se disculpa otra vez. El jefe se irrita y lo manda con cajas destempladas. Se espanta el burócrata por el exabrupto. Al día siguiente va a la oficina del jefe y le ofrece disculpas otra vez. El otro piensa que el empleado se burla de él. Lo despide en mala forma. Luego el desdichado va a la casa del jefe a pedirle perdón. El hombre hace que los criados lo echen la calle. Desazonado, inquieto, atormentado por el temor, el burócrata enferma y muere al fin.

Leía yo primero el cuento del cochero que decía su pena a su caballo, y al terminar la lectura miraba lágrimas en los ojos de las alumnas. Leía después el cuento del burócrata que muere a causa de un estornudo, y los muchachos reían por lo absurdo de aquella muerte tan ridícula. En verdad ambos cuentos eran para llorar: en los dos refleja el autor ruso la triste naturaleza humana.

Allá en aquellos años venía acá a Saltillo un hombre, poeta, escritor y diplomático. Los intelectuales de la localidad lo tenían en mucho; lo agasajaban con cenas y comidas y se sentían honrados por su visita. Flores Tapia en particular lo distinguía. Tenía aquel señor sus cortes de galán; en presencia de las señoras tomaba actitudes seductoras. Los intelectuales de la localidad comentaban en voz baja, llenos de admiración, las conquistas que en otras ciudades -en esta no- había hecho su amigo.

Un día se recibió la noticia de la muerte del diplomático. Se había suicidado. ¿Por qué? Porque no fue invitado a cierta recepción. Con angustia esperó varios días la invitación correspondiente. Cuando supo en definitiva que había sido excluido del festejo se encerró en su despacho y se pegó un balazo en la cabeza.

He aquí una nueva versión del cuento de Chejov. Si la vida tuviera moralejas yo intentaría una: todo cambia; nada cambia. Pero la vida no tiene moralejas. Afortunadamente.

 

 

EL ÚLTIMO DE CATÓN

 

En el club de señoras la conferencista hablaba del tiempo: "¿Saben ustedes -pregunta a sus oyentes- cuántos segundos hay en un año?". "¿Segundos? -dice una señora-. Yo me conformaría con unos cuantos primeros.

 

 

MANGANITAS

Por AFA

 

" El presidente pide aplausos".

 

Decir está por demás

que al decirlo no se mide.

El aplauso no se pide:

se merece, nada más.