OPINIÓN

MISCELÁNEA DE HISTORIAS / Catón EN EL NORTE

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MIRADOR

 

Llegó sin anunciarme su visita y dijo simplemente:

-Yo soy ese cero.

-¿Cuál? -pregunté yo sin entender.

-Usted sabe -me respondió-. El cero a la izquierda. Seguramente ha oído usted hablar de mí.

-Desde luego. Usted es el cero que...

-Que no vale nada, según dicen -completó-. ¿Usted cree que soy un cero a la izquierda?

-Pienso que sí. Después de todo con ese nombre se acaba usted de presentar.

-Sí, pero, quiero decir ¿cree que no valgo nada?

-Claro que no. Si el cero a la izquierda no valiera no habría ceros a la izquierda. Y lo cierto es que existen. Usted es prueba de ello. ¿Qué puedo hacer en su servicio?

-Informe a sus lectores que los ceros a la izquierda no somos un cero a la izquierda. Si no hace eso será usted un...

-Ya lo sé. Un cero a la izquierda.

¡Hasta mañana!...

 

 

PRESENTE LO TENGO YO

 

Una historia sórdida.

 

Dime tú, lector, o dime tú, lectora, si la historia que voy a contar es de amor. Yo no lo sé: de historias conozco algo, pero de amor no mucho, y por tanto no puedo decir si lo que voy a relatar es una historia de amor o una simple nota para la sección policíaca de los diarios.

Este señor tiene una tienda de abarrotes en Saltillo, en el Saltillo de mediados del pasado siglo. Es solo: así, "solo", se llama al hombre que es soltero y no tiene familia, pero sí años. Por los 60 debe andar este señor.

Lo ayuda en su trabajo una dependienta. ¿Qué edad tiene ella? Lo mismo puede tener 30 que 50. Su edad es indefinida, igual que sus palabras y sus movimientos. Parece que siempre está soñando; parece un sueño. Si desapareciera nadie se daría cuenta de que no estaba ya en el mundo. Sería una oscuridad fundiéndose en otra oscuridad.

Todos los días, al terminar la jornada de la tienda -su puerta cierra a las 9 de la noche- el abarrotero toma a la mujer en la trastienda. Por primera vez la tomó hace 20 años. Una noche la tumbó sobre la costalera y ahí la poseyó. No dijo nada la mujer. Se levantó, se compuso la ropa y dijo: "Hasta mañana", lo mismo que decía cada noche. Al día siguiente él la volvió a tomar, pero no frente a frente, pues pensó que no eran marido y mujer, y además se trataba de la dependienta, casi como decir la criada. En adelante la tomaba como el perro a la perra, inclinada ella sobre los bultos de maíz, de harina o de frijol. Las cópulas eran rápidas y silenciosas. Para el hombre eso era como ir al baño; para la mujer era como otra obligación que debía cumplir.

Al principio aquello era cosa de cada día. El abarrotero era aún joven y robusto. Al paso de los años el uso diario fue raleando, hasta que terminó por ser un rito semanal que se cumplía el sábado en la noche. Él hacía lo que hacía; ella lo dejaba hacer y luego se despedía sin mirarlo con un: "Hasta el lunes" que el hombre apenas escuchaba.

Un lunes la dependienta ya no regresó. El martes un sobrino fue a decirle al tendero que su tía había muerto. Él dio las gracias por el aviso y siguió envolviendo los alcatraces de arroz. Nadie notó ningún cambio en el abarrotero. El lunes siguiente no abrió la tienda. El jueves los vecinos percibieron un olor malo y avisaron a la policía. Llegaron los gendarmes, abrieron la puerta a patadas y entraron todos, incluso los chiquillos del barrio. En la trastienda estaba colgado el hombre.

Ahora díganme ustedes si esta es una historia de amor o una historia sórdida. Quizá es una sórdida historia de amor. O quizá hay amor hasta en la sordidez. Estoy seguro, sin embargo, de que ningún escritor vería en este suceso un tema digno para escribir un cuento o una novela. Yo mismo no sé por qué escribí la historia, y con detalles que ni siquiera venían al caso, como ése del perro y de la perra.

 

 

EL ÚLTIMO DE CATÓN

 

El empresario de pompas fúnebres de un pequeño pueblo envió a su hijo a la ciudad a fin de que aprendiera todo lo relativo al ramo practicando en la reconocida funeraria de don Necróforo Zacateca, el sepulturero de mayor fama y tradición en esa parte del país. Seis meses permaneció el muchacho como aprendiz del célebre maestro. Al terminar el pupilaje regresó a su casa. "¿Qué? -le pregunta su papá-. ¿Aprendiste mucho con mi amigo Zacateca?". "Bastante -responde el estudiante-. Don Necróforo tiene mucha categoría. Todo lo hace con mucha categoría, mucha clase". "Ponme un ejemplo" -pide el padre. "Bueno -empieza a relatar el muchacho-. El primer día que estuve con don Necróforo recibió una llamada del Hotel Ele, el de más categoría en la ciudad. El gerente le dijo que un hombre y una mujer habían muerto en su habitación, y le pidió que se hiciera cargo de los cuerpos". "¡Qué compromiso! -exclama el papá del muchacho-. Y ¿qué hizo don Necróforo?". "Se puso un elegante frac -cuenta el recién llegado-; tomó su fino bastón con puño de oro y me hizo que lo llevara en la limusina de la funeraria hasta el hotel. Llegamos, y le pidió al gerente la llave maestra de los cuartos. Entramos en la habitación de la pareja. Efectivamente: ahí estaban el hombre y la mujer, tendidos en la cama, de espaldas y desnudos". "¡Qué compromiso! -vuelve a exclamar el papá, cuyo catálogo de exclamaciones era más bien corto-. Y ¿qué sucedió?". "No lo vas a creer -responde el chico-. El hombre que ahí yacía mostraba una erección bien visible. En esas circunstancias era imposible sacarlo de ahí, pues aun envuelto en la sábana aquel levantamiento se habría notado". "¡Qué compromiso! -volvió a decir el señor-. Y ante esa delicada situación ¿qué hizo mi amigo don Necróforo?". "No perdió la calma -contesta el joven aprendiz-. Tomó su fino bastón con puño de oro y le dio un gran golpe al cuerpo en esa parte para bajarle la tumefacción". "¡Qué compromiso! -se maravilló el padre-. Digo: ¡Qué admirable! Y ¿qué sucedió luego?". Dice el muchacho: "Se hizo un escándalo de todos los demonios. Nos habíamos equivocado de cuarto".

 

 

MANGANITAS

Por AFA

 

"... Incontenible la selección femenina de futbol...".

 

Sus juegos son superiores.

Las mujeres, como ves,

están metiendo los pies

ya mejor que los señores.