OPINIÓN
MISCELÁNEA DE HISTORIAS / Catón EN EL NORTE
MIRADOR
Qué sabios eran nuestros antepasados indios.
Qué sabios.
Otros pueblos del mundo usaban monedas de oro y plata.
Nuestros abuelos empleaban granos de cacao como dinero.
Debían utilizar pronto el que tenían: si lo guardaban mucho tiempo los granos se arruinaban y perdían su valor de moneda.
Usaban el dinero, entonces, en vez de atesorarlo como avaros,
Así ni el dinero se les echaba a perder ni ellos se echaban a perder con el dinero.
En verdad, qué sabios eran nuestros antepasados indios.
Qué sabios.
PRESENTE LO TENGO YO
Cory
Esta niña se llama Cory. Tiene cuatro años, y es pequeñita y frágil como una figura de Tanagra. Ha de pesar lo mismo que ese algodón de azúcar que le gusta tanto. Yo la miro, tan menuda y tan leve, y pienso que si el viento la toca se irá en él, igual que aquella flor que se desvanecía en el aire cuando soplábamos en ella.
Cory va al kinder. Al principio no le gustaba, porque Cory es tímida. Cuando su mamá la dejó ahí no lloró -aun eso le daba miedo-, pero pensó que el mundo se acababa. Muchos han pensado eso antes que ella. Hay religiones nacidas de esa suposición, la nuestra entre otras varias. El mundo, sin embargo, no se acabó. Ni se acabará nunca, me sospecho. En él hay demasiado Dios. Cuando dieron las 12 del mediodía llegó la mamá de Cory a recogerla, y el mundo volvió a ser.
Pasaron los meses. Para mí eso fue un instante; para Cory fue una eternidad. Llegó el final del curso. Y dijo la maestra:
-Vamos a hacer una fiestecita de fin de año. ¿Quién quiere salir en ella?
Todos los niños levantaron la mano, menos Cory. Luego, cuando se vio así, sola, ella también la levantó.
-¿Qué harás en la fiestecita tú, Elisema?
-Voy a bailar.
-Y tú, Jonathan, ¿qué harás?
-Contaré un cuento.
Si este relato se hubiese escrito hace 50 años los niños se habrían llamado Lupita y Juanito. Como lo escribo ahora los niños se llaman Elisema y Jonathan. Y Cory.
-Y tú, Cory, ¿qué vas a hacer?
-Voy a cantar con mi abuelito.
Es de saberse que el abuelito de Cory toca la guitarra, y le ha enseñado a Cory una canción que hizo para ella. La canción se llama "El sapito". Trata de un pequeño sapo que cantaba cuando había luna, y cuando no había luna no. La luna supo eso, y empezó a salir todas las noches. Como ustedes verán, el abuelito de Cory es un bohemio.
La profesora hizo la lista de los numeritos. Así se llama, "número", cada parte de un festival artístico. Nada tiene que ver esto con las matemáticas. Por eso erraba el gran poeta José León Saldívar cuando decía que el profesor Perales, inolvidable director de la Normal y consumado bailarín, había revolucionado la ciencia de Pitágoras, pues antes había números simples y complejos, abstractos y reales, figurados, imaginarios, racionales e irracionales, primos, nominados, perfectos, relativos, piramidales, cuadráticos, etcétera, pero el profesor Perales Galicia inventó los "números bailables", según rezaban los programas de las veladas normalistas, y de esos números ningún matemático había tenido jamás noticia.
Me estoy apartando de mi historia. Y mi historia es la de Cory. Le dijo, pues, a la maestra que ella cantaría con su abuelito en la fiesta de fin de año, y la profesora la anotó para efectos de hacer el programa y las invitaciones.
Sucedió, sin embargo, algo que no estaba en el cálculo de Cory, ni de la profesora, y menos aún del mío. De eso que sucedió hablaré en el capítulo siguiente, el de mañana. (Seguirá).
EL ÚLTIMO DE CATÓN
Hubert Hunter, cazador como su nombre y apellido lo proclaman, salió a la cacería del oso en los espesos bosques de Montana. Oyó decir que por las cercanías del lago Fergus, al oeste de Lewistown, merodeaba un oso gigantesco, el más grande y temible de que había memoria. Tenía asolados los contornos aquel enorme grizzly: perros, caballos y reses sucumbieron a su ataque, lo mismo que las grandes criaturas de la foresta, como ciervos, alces, y hasta el moose. El lobo cruel y el puma astuto conocieron igualmente su fiereza. Aquel oso era el espanto de gambusinos, cazadores y tramperos. Decidido a acabar con el terrible animal fue Hubert en su busca. Llevaba un rifle Winchester 54, calibre 30-06. Apenas se internó en el bosque cuando avistó al plantígrado. Nervioso, apuntó el cazador y disparó. ¡Horror! ¡Falló el tiro! Sucedió entonces algo inverosímil, nunca antes registrado en los anales de la cacería: el oso se precipitó hacia Hubert, le arrebató el rifle y apuntándole con él lo obligó, por señas, a bajarse el pantalón y lo demás. Luego -me resisto a contarlo, pero la ética profesional me obliga hacer la narración cabal de este suceso- le introdujo el cañón del arma en parte tal que dejó al pobre Hunter al mismo tiempo dolorido, humillado y ofendido. Juró vengarse el cazador de aquella afrenta. Una semana después regresó con un rifle más potente. Era un 375 Magnum. Buscó al oso, y dio por fin con él. Se acercó cauteloso y alzó el rifle para dispararle. Antes de que pudiera hacerlo el oso lo atacó otra vez, le quitó el rifle e hizo con él lo mismo de la vez pasada. Mohíno regresó a su casa el lacerado Hubert. La siguiente semana volvió de nuevo. Llevaba ahora un tremendo 416, tipo Mauser, capaz de dar cuenta de los más grandes animales. Vio al oso a distancia de acertarle y, usando mampuesto para mayor certeza, le envió un tiro. No le atinó, por desgracia. El oso, enfurecido, se lanzó de nuevo hacia él, e hizo lo que antes había hecho: le guardó el rifle a Hubert -o por lo menos algo de él- en parte que no es almacén de armas. No por eso se dio por vencido el cazador. Regresó una semana después. En esta ocasión llevaba un rifle calibre 450, número 2, de Holland. Volvió a pasar lo mismo: disparó, falló el tiro, y el oso lo castigó poniéndole el rifle donde antes relaté. A estas alturas la ira y rencor de Hubert Hunter eran ya descomunales. Regresó al bosque para cobrar venganza del salvaje animal. Llevaba ahora dos rifles: un 470, tipo Express, de la casa Rigby & Son, de Londres, y un formidable 577, de Holland and Holland, que tiene dos cañones, y dispara una bala de 700 granos de peso. Es casi una pieza de artillería ligera esta famosa arma. Con tan potentes rifles se adentró en el bosque. Durante varias horas buscó al oso sin hallarlo. Subió a un montecillo, y poniéndose la mano a modo de visera oteó el paisaje. En eso sintió que alguien lo tocaba en el hombro. Se volvió: tras él estaba el enorme plantígrado, erguido sobre sus patas posteriores. Le quitó al cazador los dos rifles y, para su gran sorpresa, le habló. "-Seamos sinceros -le dice el oso a Hubert-. Ya no vienes por el interés de la cacería ¿verdad?".
MANGANITAS
Por AFA
"...México avanza, dicen voceros del gobierno".
A ninguno se le esconde
que avanza nuestro país.
Pero hace falta un matiz:
no sabemos hacia dónde.