OPINIÓN
MISCELÁNEA DE HISTORIAS / Catón EN EL NORTE
MIRADOR
Retiro espiritual... Teníamos doce años entrados a todos los demás, y nuestro cuerpo empezaba a dictarle condiciones a nuestra alma.
Acabada la cena un ceñudo sacerdote nos habló de la brevedad de la vida. Era ya anciano. La vida, claro, era muy breve. Lo que era largo era el infierno. A esa eternidad de penas iríamos a parar todos al menor descuido.
-¡Piensen que pueden morir esta misma noche! -apostrofaba el padre.
-Claro -pensé yo-. Con la cena que nos dan...
Al punto me arrepentí de haber pensado eso. Seguramente era pecado. Me confesé al día siguiente, antes de ir a misa.
-Frena tu pensamiento -me dijo el sacerdote.
Nunca pude frenarlo. Todavía se me va galopando por los cerros de Úbeda, y debo ir atrás de él para alcanzarlo. Así me trae ahora: quiero asirlo para que me diga por qué me trajo el recuerdo de aquella noche de retiro. Pero se va más lejos. Esperaré a que vuelva él solo y le preguntaré por esta memoria ya olvidada.
¡Hasta mañana!...
PRESENTE LO TENGO YO
Te acordarás de mí.
Cierto día llegó un amigo a la casa de Pablo Valdés Hernández, en el centro de la ciudad de México.
-Ven -le dijo-. Quiero que veas algo.
En el automóvil del amigo fueron los dos a la Colonia Juárez, que era en aquellos años -los cuarentas- una de las más elegantes de la capital. Detuvo su coche el amigo de Pablo frente a una residencia y le mostró un letrero que había en la ventana:
Solicito cocinera. Pago buen sueldo. Requisito: que no cante "Conozco a los dos".
Pablo Valdés Hernández es el autor de "Conozco a los dos", con aquella su frase final y lapidaria: "... Qué más da que la gente nos diga: conozco a los dos". Esa frase no la entendía el director artístico de Discos Peerless, y le pidió a Pablo que se la quitara. Él se negó.
También es de Pablo la inmortal canción "Sentencia". La compuso una madrugada, después de una tremenda farra. Cierto día me contó él:
-Llegué a la casa donde me asistía. El piano estaba en la primera planta; mi cuarto, en el segundo piso. Nomás de ver la escalera me volví a marear, hermanito. ¿Y 'ora qué hago? Me serví otro vaso de mezcal, que era lo que tomaba, por barato. El de la marca "El Sarapito" era mi mero amor. Y me puse a escribir lo primero que se me ocurrió. "Te acordarás de mí toda la vida...". Esa fue la primera frase. Las siguientes ya vinieron solas. Luego me fui al piano y le puse la música. Me salió a la primera. Y al último le hice la introducción, ésa que siempre se toca, sea cual sea la versión de "Sentencia". Entonces me serví otro vaso de mezcal. Cuando me lo estaba tomando sentí miedo de que la canción se me fuera a olvidar, porque no sabía escribir música, nunca aprendí. Volví a tocar la pieza. En eso alguien llamó a la puerta. Fui a abrir y era Estela Carbajal, una cantante entonces muy de moda, hasta películas hizo. Venía de trabajar y me dijo: "Pablito, ¿no tienes una copa?". La invité a pasar y le serví de lo mismo que yo estaba tomando, mezcal. Jamás tomé otra cosa, ni cerveza. Le dije: "Estela, acabo de componer una canción, y te la voy a cantar". Y le canté "Sentencia". Cuando terminé me volví para preguntarle qué le había parecido. Estaba llorando. "Pablo -me dijo-, esa canción va a vivir muchos años después de que tú te hayas muerto".
Pablo Valdés Hernández nació en Piedras Negras el primer día de febrero de 1913. Fue el hijo mayor del muy fecundo matrimonio que formaron el señor licenciado don Pablo Valdés Espinoza, coahuilense nativo de Morelos, y doña María de Jesús Hernández Barrera, originaria de Guerrero, también en Coahuila. Después de Pablo llegaron diez hermanos más: César, Alberto, Carlos, Mario, Federico, Gloria, María de Jesús, Eva María, Consuelo y Virgilio.
Don Pablo era hombre austero, que por querer lo mejor para sus hijos les impuso siempre normas rigurosas. Fue magistrado judicial y funcionario público. Con don Arnulfo González ocupó el cargo de secretario general de Gobierno. Doña María de Jesús era dulce, inteligente, y dueña de una amenísima conversación que salpicaba con gracejos que hacían reír a quien la escuchaba. Ninguno de los dos esposos, sin embargo, tenía aficiones musicales. Por eso se sorprendieron mucho cuando a Pablito, cumplidos los cuatro años, le dio por formar una orquesta con los muchachillos de su barrio: golpeando tinas, baños de hojalata y hasta bacinicas hacían una música del demonio dirigida con toda solemnidad por Pablo.
Por necesidades del trabajo de don Pablo el matrimonio Valdés Hernández vino a Saltillo. En el templo de San Juan Nepomuceno hizo Pablito su primera comunión. Vivía con sus padres en la calle de Allende número 50. En un cumpleaños de su esposa el licenciado Valdés le obsequió a doña Chita un piano. Mientras los invitados a la fiesta admiraban el precioso instrumento Pablito se sentó en el banquillo y de buenas a primeras tocó "La Cucaracha". Tenía 9 años.
-Pablo -dijo su madre al licenciado-, este hijo nuestro va a ser músico.
-Ni lo mande Dios, Chita -se asustó don Pablo-. Se muere de hambre.
Cuando me contó eso, Pablo añadió:
-Todo eso eran los preliminares de lo que traía en mi corazón.
EL ÚLTIMO DE CATÓN
Estos eran tres jefes policíacos: un norteamericano, un alemán y un mexicano. Discutían sobre cuál de los tres tenía los hombres más valientes. "-Mis elementos son los más valerosos de este mundo -afirma el estadounidense con jactancia-. Y se los voy a demostrar". Así diciendo llama a uno de sus policías. "-¡Rampo! -le ordena con energía-. ¡Tírese usted por la ventana! ¡Al fin no estamos tan arriba! ¡Es sólo el piso treinta y cinco!". Sin vacilar un punto el agente se lanza por la más próxima ventana. "-Eso no es nada -dice con despectivo acento el policía germano-. ¡Karadedog!". Un fornido policía teutón acude a la orden. "-¡Quiero demostrarles a mis amigos la excelencia de nuestras pistolas! -ruge el oficial-. ¡Dispárese usted una bala en el pecho para que vean el enorme agujero que hacen nuestros proyectiles!". No duda ni un instante el policía alemán: toma su pistola, apoya el cañón en la región cordial y se dispara. El jefe mexicano esboza una sonrisilla desdeñosa. "-Eso no es nada -dice-. Ahora van a ver el valor de un policía mexicano". Se vuelve hacia uno de sus hombres y lo llama. "-¡Agente Gurrumino!". "-¿Qué onda?" -pregunta con displicencia el policía desde su lugar-. "-¡Venga usted acá!" -ordena el jefe-. Responde el tipejo sin moverse: "-Venga usté si quiere". "-¿Lo ven? -se dirige orgullosamente el jefe mexicano a sus colegas-. ¡Esos son uebos!".
MANGANITAS
Por AFA
"... Nace un niño con musculatura de Supermán, dice la prensa".
No asombra esa información.
Aquí en México hallarán
también otro Supermán
(pero Superman...dilón).