OPINIÓN

MISCELÁNEA DE HISTORIAS / Catón EN EL NORTE

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MIRADOR


Este era un hombre que no sabía temblar.

Impávido lo dejaban los más grandes pavores. No lo atemorizaba ni el temor.

Quería temblar aquel hombre, porque sabía que hay en el miedo una misteriosa voluptuosidad. Pero nada lo conmovía; no se movía con nada. Deliberadamente buscaba los peligros. Subió a un volcán en erupción, cruzó los mares en una barquichuela, fue a la guerra. Desafió los más enormes riesgos. Alguna vez hasta se enamoró. Pero ni siquiera este gran peligro lo hizo temblar.

Desesperaba ya aquel hombre cuando una vez vio en el fondo de sí mismo, y se conoció como realmente era.

Y aquel día tembló el hombre que no sabía temblar.

¡Hasta mañana!...


PRESENTE LO TENGO YO


Las dos mitades


    Tenía una rara costumbre aquel don Chalo: cada año estrenaba una cobija. No decía él "cobija". Tampoco decía "frazada". Decía "frezada", que es muy antigua forma de decir, y muy castiza. Los sabios -que casi nunca lo son tanto- sonríen con un gesto de burla cuando oyen a nuestros campesinos decir "ansina" en vez de "así". Ignoran esos eruditos que el tal voquible es registrado por la Academia como "adverbio de modo, antiguo". Antiguo, pero correcto. 

    Se compraba cada año, pues, don Chalo una frazada nueva. Esa costumbre de estrenar es muy mexicana. De ella derivan sabrosas costumbres y expresiones nuestras, como esa de "dar el remojo", que consiste en pedir una cuelga, aguinaldo o pequeño regalo a quien estrena algo.

    -¡Ah! Traes zapatos nuevos. ¡Dame el remojo!

    Según he averiguado, esa expresión nació en Oaxaca con motivo de la preciosa fiesta que se llama Guelaguetza, nombre que significa "regalo" u "ofrenda". Generalmente llueve el día en que ese festejo se celebra. Quienes a ella iban acostumbraban siempre -acostumbran todavía- estrenar algo en ese día, y como la lluvia los mojaba relacionaron la idea del estreno con la del remojo.   

    En Saltillo, recuerdo, había la costumbre de estrenar algo al término de la Cuaresma. Estrenar cualquier cosa, pues los tiempos no eran muy holgados y todos vivíamos -con excepción de media docena de familias ricas- en una pobreza digna, tan digna que ni siquiera la advertíamos: éramos pobres, pero no sabíamos que éramos pobres. Las señoras estrenaban un chal en la misa del Domingo de Resurrección; los señores estrenaban sombrero, prenda entonces obligatoria en el atuendo masculino; los niños estrenábamos zapatos, y andábamos felices todos, como niño con zapatos nuevos. 

    Cosa muy mexicana, ciertamente, es esa de estrenar.

                "... Creeré en ti mientras una mexicana

                en su tápalo lleve los dobleces

                de la tienda a las 6 de la mañana;

                y al estrenar su lujo quede lleno

                el país del aroma del estreno...".

   

    Así escribió López Velarde, que es el poeta a quien más amo, entre otras razones porque es el poeta que amó más. 

    Pues bien: guardadas todas las proporciones con la bella imagen acuñada por el zacatecano, todo el pueblo donde vivía don Chalo se llenaba con el aroma del estreno de aquella frazada hecha con lana de borrego criollo, y que por tanto olía a borrego -y a borrega- desde lejos. Con ese material, con lana, se hacían entonces las prendas de abrigo. ¿Quedará alguien todavía que recuerde que cuando una chaqueta estaba guarnecida interiormente por una capa de lana, a ese forro se le llamaba "borrega"?

    -Ponte la borrega -nos decían nuestras mamás en los días de mayor frío saltillero. 

    Supongo que todos andaríamos oliendo a borrego verriondo. Así olían también aquellas cobijas "de lana y lana" salidas de los telares del barrio -bravísimo barrio- del Águila de Oro. 

    Cuando compraba su frazada nueva aquel don Chalo hacía de la ocasión una solemnidad. Miraba y remiraba todas las que la tienda tenía en existencia; las pesaba y sopesaba; hacía que se las extendieran todas, y las revisaba con ojos de minucioso revisor. Ni el más grande especialista en control de calidad -esos del ISO 9000 ó 10000 ó 15000- ponen tanto cuidado en la inspección de un producto como ponía don Chalo en revisar su "frezada" antes de adquirirla. 

    Pero otra cosa hacía don Chalo... (Continuará).    


EL ÚLTIMO DE CATÓN


"-¿Y cree usted, joven -le pregunta el severo señor al galancete que le pedía la mano de su hija-, que puede hacer feliz a Susiflor?". "-Estoy seguro de que sí, don Poseidón -responde él-. Anoche, por ejemplo, la hice muy feliz tres veces seguidas".



MANGANITAS

Por AFA


"... La Iglesia no hace política, afirma un dignatario".


    Opinan algunos críticos,

    en forma bastante cínica,

    que en la Iglesia no hay política,

    pero sí muchos políticos.