MISCELÁNEA DE HISTORIAS / Catón EN EL NORTE
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MIRADORA mí no me disgusta que en las tiendas se vea ya el ambiente de la Navidad, demasiado temprano a juicio de algunos. Yo mismo empiezo desde ahora a prepararme para esa temporada, la más bella del año. Tengo ritos navideños que nunca dejo de cumplir. Leo una novela de Dickens. Busco una nueva receta de ponche. Compro otro Nacimiento -uno por año- para añadirlo a nuestra colección. A cada una de las cuatro familias formadas por mis hijos le regalo un adorno navideño... Mi esposa me preguntaba: -¿Qué te gustaría esta Navidad? Respondía yo: -Vivirla. ¡Hasta mañana!... PRESENTE LO TENGO YOLas naranjas de doña Inés (II)Doña Inés, señora de Arteaga, le decía a su esposo, el gendarme don Panchito, que no le guardaría luto si se moría antes que ella. La trataba muy mal, de modo que cuando él pasara a mejor vida ella también a mejor vida iba a pasar. Tan grande satisfacción le causaría la muerte de su marido, le repetía una y otra vez, que el mismísimo día del entierro, tras regresar del panteón, se pondría un vestido amarillo y se sentaría afuera de su casa, en la banqueta, a comerse real y medio de naranjas, nomás del puro gusto de verse libre ya. El tal don Panchito se burlaba de la amenaza de su esposa. Pero un día enfermó. Tan mal se puso que hasta tuvieron que llamar a un médico de Saltillo a fin de que lo reconociera. Lo reconoció, en efecto, aquel facultativo. Le dijo: "-Usted es don Panchito ¿verdad?". Luego le recetó un vomipurgante revulsivo. Cobró sus honorarios y se despidió. Ya en la puerta le dijo a doña Inés: -Surta inmediatamente la receta. Su señor está grave. Lo dijo en alta voz, sin tomar en cuenta que lo podía oír el enfermito. Lo oyó don Pancho, claro, y un trasudor de angustia le perló la frente. Regresó doña Inés a la recámara, y presurosa tomó su chal y el monedero. -¿A dónde vas, Inesita? -le preguntó con débil voz don Pancho-. ¿A la botica, a comprar la medecina? -No -respondió ella-. Voy al tendajo a comprar las naranjas. No se murió don Pancho. El vomipurgante le hizo notable efecto por los dos extremos, y así rechazó el mal. El trance, sin embargo, le sirvió para saber que su señora iba a alegrarse con su muerte, en vez de entristecerse. Y su gozo sería justificado. La había tratado muy mal, ahora se daba cuenta. Le prometió que cambiaría. Y, en efecto cambió. Se volvió modelo de buen esposo, amante y tierno. Y esa nueva felicidad doméstica empezó cuando los dos, en armonía perfecta, se comieron las naranjas, que eran mucho más que 2. EL ÚLTIMO DE CATÓNEl automovilista iba manejando por una solitaria carretera local. A lo lejos vio algo sobre la carpeta asfáltica. Disminuyó la velocidad, y cuando se acercó más vio con sorpresa que lo que estaba en medio del camino era una pareja en pleno trance erótico-sensual. Hizo sonar el claxon, pero no se movieron los cogientes, con perdón del neologismo. De nuevo tocó la bocina, pero el hombre y la mujer siguieron en lo suyo. Frenó el conductor cuando estaba ya a punto de arrollarlos. Descendió del vehículo, y vio que se estaban levantando apenas y arreglándose las desarregladas ropas. Les preguntó, furioso: "¿Por qué no se quitaron de la carretera? ¿No vieron que venía un automóvil?". "Sí lo vimos -replicó el hombre-. Pero mire usted. Yo ya iba a llegar. Ella ya iba a llegar. Usted ya iba a llegar. Y el único que tenía frenos para detenerse era usted".MANGANITAS" Va muy bien la economía". Eso me parece bien y muy puesto en su lugar, Pero quiero preguntar: la economía ¿de quién?
Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.
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