Nadie es perfecto (ni don Benito Juárez)
LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE
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No se trata de desconocer los méritos -por lo demás indiscutibles- de don Benito Juárez. Se trata, sí, de reducirlo a su condición de hombre mortal -lo fue, aunque lo duden todavía muchos "liberales" con olor a naftalina-, de modo de no hacer de él una estatua, sino un ser de carne y hueso que tuvo aciertos y cometió errores, tan grandes aquéllos como éstos.
El muy destacado historiador Alfonso Toro escribió un párrafo que me gustaría transcribir:
"... Juárez fue hombre de capacidad mediana, pero de voluntad férrea que le hace mantenerse firme e inquebrantable en sus propósitos en medio de las mayores adversidades. Tiene la cualidad de saber rodearse de hábiles y prestigiados ministros a quienes debió, así como a su honradez y pureza de costumbres, gran parte de su éxito. Su defecto capital fue su amor al poder, al que todo lo sacrificó, creando una dictadura a la que sólo la muerte puso fin...".
Acierta don Alfonso. Y acierta también, vuelvo a decirlo, el conocido danzón que afirma que si Juárez no hubiera muerto todavía viviría. Don Benito estableció una dictadura, moderada si se quiere, pero dictadura al fin y al cabo. Para ello realizó elecciones torcidas cuyo propósito era legitimar su permanencia en el poder. No hay diferencia alguna entre las tortuosas acciones de Juárez para ganar el poder y los fraudes electorales que luego padecimos. Es cierto: hubo en las elecciones del 67 un gran abstencionismo electoral. Decía el embajador de los Estados Unidos: "... Durante los siete años que viví en México nunca vi a un ciudadano depositar su voto en la casilla el día de elecciones...". Pero, abstencionismo aparte, el gobierno se valió de toda suerte de añagazas para asegurarle el triunfo a Juárez. Y fue el propio gobierno juarista el que, erigido en tribunal calificador del proceso electoral, declaró a Juárez presidente.
"... Esa declaración -escribe también don Alfonso Toro- causó profundo disgusto en el país, debido a la presión que hizo el gobierno para ganar las elecciones, pues se aseguraba que el general Porfirio Díaz tenía a su favor la mayoría de votos...". He ahí otra nefasta herencia que a don Benito Juárez se puede atribuir: la costumbre del fraude electoral. Antes que él, no se conocían en México tales extremos para ganar una elección. Fue en la llamada República restaurada cuando se instauraron los viciosos procedimientos que luego fueron cosa común en el escenario de la vida nacional. Con motivo de otra elección presidencial, la del 72, se publicó esto en "El Monitor Republicano":
"... Acaba de representarse en toda la república el sainete que hemos convenido en llamar elecciones', en medio de las risas de unos y del despecho e indiferencia de los otros. Como de costumbre, no han faltado los falsos padrones, los nombres supuestos, las papeletas suplantadas, las violaciones, y las más viles intrigas...".
Falsos padrones... Nombres supuestos... Papeletas suplantadas... Violaciones... Viles intrigas... ¡Caray, hasta parece que se está hablando de una elección de las que vimos durante 70 años del pasado siglo!
Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.
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