Nuestro folklore
DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN EL NORTE
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Babalucas llegó a uno de esos restoranes lujosos donde comes rico pero sales pobre y le preguntó al mesero que lo atendió cuál era la especialidad de la casa. Le informó el camarero: "Son los caracoles, señor". "Lástima -se entristeció Babalucas-. Llevo prisa"... Dos ángeles volaban y revolaban por el azul y despejado cielo. Uno le comentó al otro: "El observatorio meteorológico anuncia nubes para hoy en la tarde". "¡Magnífica noticia! -exclamó, feliz, el otro ángel-. ¡Ya no veo la hora de sentarme a descansar un rato!"... Hace algún tiempo -de todo lo que he vivido hace ya algún tiempo- vi la actuación del ballet folklórico de un país europeo, cuna de la civilización occidental, cuyo nombre no he de citar a fin de no incurrir en injusticia, pues quizá la danza popular de esa nación no estuvo bien representada por el grupo que nos visitó. Larga, tediosa, monótona fue esa presentación, tanto que en el intermedio una buena parte del público, fatigada la gente de ver y oír lo mismo una y otra vez, abandonó la sala. Vuelvo a decirlo: quizá los directores de ese grupo no lograron mostrar todo el caudal de las danzas de su tierra. Pero en todo caso me quedé pensando en la inmensa riqueza que los mexicanos tenemos en el campo de la música y la danza populares. Cuando un ballet folklórico de México recorre el mundo, invariablemente arrebata el entusiasmo de los espectadores, que quedan deslumbrados y seducidos por la variedad de nuestras danzas, por su vigor o su ternura, por su hondo sentido humano, por su belleza y colorido. ¡Cómo no vamos a estar orgullosos de haber nacido en un país como este México nuestro, que puede ofrecer al mundo ese tesoro inigualable! Cosas malas tenemos, lo mismo que todas las comunidades humanas que habitan el planeta, pero muchas cosas buenas tenemos también, y en ellas difícilmente nos superan otros pueblos. Aprendamos a valorar nuestro folklore, y encontremos en él uno más de los muchos, muchísimos motivos que México nos da para quererlo... Don Usurino Matatías, el avaro mayor de la comarca, les habló, solemne, a sus cuatro hijos: "Es mejor tener un millón de amigos que un millón de pesos". Su esposa se molestó al oírlo decir aquella frase, sentimental quizá, pero muy poco práctica para la vida. Lo llamó aparte y lo reprendió: "¿Cómo les dices eso a los muchachos? Les vas a quitar el deseo de ganar dinero". "Lo que les dije está bien dicho, y muy puesto en razón -se defendió don Usurino-. Si tienes un millón de amigos ninguno de ellos se negará a prestarte 5 pesos, y entonces tendrás 5 millones de pesos"... No entendí el cuento que enseguida viene y con el cual termina hoy esta columna, pero quienes lo leyeron me aseguran que contiene una elevada carga de sicalipsis. Mis avispados lectores seguramente lo entenderán, y sabrán entonces si esa afirmación es cierta... Simpliciano, joven inocente, no sabía nada de las cosas de la vida. Era candoroso, ingenuo, cándido. Se casó, sin embargo, y fue con su flamante mujercita a pasar la luna de miel en el hotel de lujo de una playa de moda. La noche de las bodas ella se bañó, se perfumó, se puso un vaporoso negligé que dejaba ver todos sus encantos y se tendió en el lecho en espera de los acontecimientos, pues ella sí sabía lo que debía pasar. Pero Simpliciano nada hacía: sentado en la orilla de la cama sólo la miraba, y parecía aguardar algo. Después de largo rato de espera le preguntó la enamorada y anhelosa novia: "¿Qué te detiene, Simpli? ¿Por qué no vienes a mis amorosos brazos?". Respondió el inexperto joven: "Estoy esperando que se me baje esta inflamación"... (No le entendí)... FIN.
Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.
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