OPINIÓN

Petrona

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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Otra mujer llenó con sus amores la juventud de don Porfirio. Se llamaba Petrona Esteva. El mismo nombre, Petrona, llevó la madre del oaxaqueño, Petrona Mori. Nativa de Juchitán, que tiene fama por la belleza de sus mujeres, Petrona Esteva dio al joven Díaz algo más que amor y que placer: le brindó lealtad a toda prueba y entrega incondicional.

Tona Ta'ti Vitu Lima. Así llamaban a Petrona Esteva los indios zapotecas. "La del capullo de lima". Aludían a la costumbre que tuvo desde niña, y que conservó hasta el día final de su existencia, de adornarse la bruna cabellera con una pequeña flor de lima. 

Petrona era india pura zapoteca. No hablaba el español, se expresaba sólo en el dulce gorjeo de su lengua. No sabía leer ni escribir; andaba descalza; vestía el humilde atuendo de las mujeres pobres de su tierra: nada más que una enagua "de enredo", es decir, un simple lienzo que se enredaba a la parte inferior del cuerpo y se ceñía por la cintura, y un huipil de manta blanca para cubrir el pecho. 

Porfirio Díaz cayó en el embrujo de aquella india morena que se cimbreaba al caminar y que parecía guardar en la honda negrura de sus ojos todos los viejos misterios de su raza. Si Juana Cata era como una pantera, Petrona Esteva era como una gacela. De las dos estuvo enamorado Díaz con amor juvenil.

En cuerpo y alma se entregó Petrona a aquel fuerte muchacho que era Díaz. En cuerpo ya se sabe por qué. En alma porque adoptó el mismo pensamiento del hombre a quien amaba. Sin saber qué era el liberalismo se convirtió en la más encendida liberal. Dejó de usar cualquier otro color en el listón de sus trenzas que no fuera el rojo, símbolo del partido liberal en todo México. Ninguna mujer madre, esposa, hija, hermana, novia o amante de un buen liberal dejaba de usar nunca una prenda de color rojo en su atavío: la blusa, la saya, el moño.

Petrona Esteva es una de las pocas soldaderas cuyo nombre recogió la historia, a diferencia de cientos de miles más que quedaron en el olvido más completo. Acompañó a don Porfirio en sus primeras campañas, donde los dos sufrieron hambre y durmieron siempre a campo raso, haciendo el amor en silencio junto a la vacilante llama del vivac. Después de acabada la campaña ella se iba a Juchitán y él a Tehuantepec. Para verse se citaban a medio camino entre las dos poblaciones. 

Luengos años vivió Petrona Esteva, cerca de 100. Allá por los años veinte del pasado siglo, ya muy ancianita, gustaba de contarle a todo mundo sus recuerdos. Daba pormenores de la batalla del 5 de mayo, en la que estuvo presente. Bebía a pequeños sorbos la copa de mezcal que sus oyentes le ofrecían para avivarle la recordación, y evocaba emocionada al hombre a quien amó, muerto tan lejos de su patria, injustamente tratada su memoria. Después Petrona Esteva seguía su camino hacia el pequeño puesto que tenía en el mercado. Con ella iba un trozo de historia nacional.