OPINIÓN

Plaza de almas

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN EL NORTE

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Este niño sueña. A él lo soñó su madre cuando era todavía niña, y ahora él sueña los sueños que su hijo va a soñar. Los sueños de este niño no son los sueños de todos los niños. Este niño no sueña perros, o gatos, o personas. Sueña barcos que van sobre los bosques; estrellas que brillan bajo el mar; gigantes en cuyas largas cabelleras se enredan mujeres de largas cabelleras. El niño no lo sabe, pero a la vuelta de la esquina lo aguarda otro sueño: el del amor. Y luego lo espera un sueño más: el del olvido. Un día el niño dejará de ser niño para volverse hombre. Después dejará de ser hombre para volverse muerte. Entre una vuelta y otra vivirá. Vivirá a la vuelta y vuelta, como vivimos todos, y todo para volver al sitio donde empezaron nuestras vueltas. El niño es hombre ya, pero el hombre es niño todavía. Sigue soñando. Ahora sueña que ama a una mujer. Y otro sueño tiene, más sueño todavía: sueña que la mujer lo ama también. Por eso sueña que es feliz. Te diré cómo es la mujer a la que ama este hombre. Es alta y es esbelta. Supongo que a veces debe agacharse un poco para no dar con la frente en el cielo. Su rostro es blanco: tiene la palidez de los antiguos poemas que hablaban de lirios pálidos y rosas desmayadas. El cabello de esta mujer es negro como un no. Sus ojos son grises durante el día, y en la noche se ponen azules para el amor. Si no hay amor siguen siendo grises. El hombre ama a esta mujer. Dejará de amarla cuando sepa que no es un sueño, que si pone la mano sobre ella se le quedará en su hombro, en su pecho, en su cintura, en vez de atravesarla como niebla, como humo, como nada. La mujer no ama al hombre. Si supiera que es un niño quizá lo amaría, pero no lo sabe. Cuando este hombre le diga que la ama ella no responderá. Su silencio se enredará para siempre en el hombre que la ama. El infeliz irá por la vida cargando ese silencio como se carga a los antepasados, y cuando muera lo sepultarán con él. En la tumba seguirá oyendo ese silencio, y muerto mirará un rostro pálido, unos ojos azules y una cabellera negra. Pero ahora es feliz porque cree que la mujer lo ama. Por eso el día es día para él, y en él hay sol, y escucha las palabras que lleva el viento hacia otro viento, y existen los seres y las cosas. Por eso vive, en vez de andar por ahí muerto. El amor, esa cosa que sucede por milagro, hace milagros. El primero es hacerte sentir vivo. Y este hombre siente la vida porque está enamorado. En la noche, cuando la tiniebla llega, oye el ir y venir de la sangre por sus venas, y escucha el ruido de su alma caminando de un lado a otro de su celda. La oscuridad, negra al decir de la gente, se vuelve de colores para él. Aquí el azul de los ojos de la amada; allá el rojo de su propia sangre transida de amor; más allá el verde de la brizna de hierba, tan efímera, tan eterna. Y ahí él, enamorado, y ahí ella, silenciosa. Dejemos que la mujer vaya a donde va el silencio. Dejemos que el hombre vaya a donde va el amor que no halló amor. Sintamos piedad de esos dos pobres. Él es un niño que sueña y no sabe que está soñando. Ella es una niña que ve por la ventana a otras niñas que juegan y no puede salir de su casa. Yo no quiero ser ese niño, pero soy. Ella no quiere ser esa niña, pero es. Dejémoslos solos, a él con su sueño, a ella con su soledad. Alguna vez quizás él dejará de soñar y ella saldrá al fin de su casa. Entonces él pondrá la mano sobre el hombro de ella; tocará su pecho y su cintura. Entonces ella oirá el ir y venir de la sangre por las venas de él y por las venas de la vida. Y se amarán. Y su historia será de amor, no como ésta que fue de desamor... FIN.