"A mí nunca me va a pasar". He escuchado esa frase decenas de veces en la sobremesa de comidas donde sale el tema de la violencia de género. Son mesas de clase alta con protagonistas de apellidos encarnadores de una reputación digna de cuidar, ajena a hablar de los golpes o agresiones psicológicas cotidianas porque el qué dirán es, a veces, más temido.