OPINIÓN

Un presidente inconstitucional

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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Aun la prensa liberal condenaba esos excesos de Juárez, cuya ambición de poder era objeto de comentarios y murmuraciones. "El Siglo XIX" publicó un artículo de fondo:

"... Pasadas las circunstancias que crearon el poder discrecional debe acabar éste. La mayor gloria del ciudadano Juárez consistirá en devolver a la República las autorizaciones que le concedió para salvarla de la invasión extranjera...".

Ningún deseo tenía el ciudadano Juárez de devolverle a la República tales facultades, sobre todo habida cuenta de que no fue la República la que se las concedió, pues se las arrogó él mismo.

Tal alud de críticas cayó sobre Juárez que el presidente quiso dictar una medida que le quitara el sambenito de dictador que ya todo mundo le aplicaba. Valiéndose de su misma todopoderosa voluntad decretó que podrían ser electos diputados "... los ciudadanos que pertenezcan al estado eclesiástico...".

El mundo se le vino encima. Los más encendidos liberales lo tacharon de traidor a la gran causa del liberalismo, pues permitía el acceso a la representación nacional a aquellos -los curas- de quienes (según el modo de pensar de los radicales) habían provenido todas las calamidades para la república. Por su parte los clérigos casi se le rieron en la cara al Benemérito: en diversas formas le hicieron saber que no tenían ningún interés en participar en un gobierno que era para ellos la encarnación misma de los poderes infernales. Ya podía tomar Juárez su decreto, supuestamente generoso para el clero, y hacer con él lo que mejor quisiera.