OPINIÓN

¡Viva Villa, jijos de la tiznada!

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN EL NORTE

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Personalidad recia, Pancho Villa y su gente dieron lugar a recios sucesos.

Año de 1914. Se vivían días difíciles de revolución, y la ciudad se sobresaltaba de continuo con los ires y venires de las tropas, y con los encuentros que a veces en las calles más céntricas de la ciudad libraban los seguidores de Carranza con los soldados del ejército federal.

Saltillo había sido ocupado por las fuerzas revolucionarias de Pablo González y Francisco Villa. Una tensa calma reinaba tras la retirada de las tropas del gobierno, pero la vida de los saltillenses no volvía del todo al sosiego y a la tranquilidad. Y eso era por causa de los soldados villistas.

El general Pablo González era un militar culto, un hombre de lecturas, y aún en los fragores de la lucha sabía respetar los derechos de la población civil. Por eso cuando conquistaba una plaza, cuando tomaba una ciudad, lo primero que hacía era acuartelar a sus tropas para evitar los desmanes de la soldadesca. Cualquier abuso lo castigaba con rigor, y así en sus filas reinaba la más completa disciplina. Todo lo contrario se veía en las huestes de Francisco Villa. Sus hombres, arrojados como eran, seguían con sus arrojos después de la victoria y trataban a los inermes ciudadanos igual que a feroces enemigos. El saqueo y el pillaje no eran caso raro entre los villistas, cuyo jefe no les imponía la dura rienda de la obediencia militar.

Para celebrar el triunfo de las fuerzas revolucionarias en Saltillo se celebró un baile en el Casino. Asistieron Pablo González y Francisco Villa, quienes al terminar el sarao salieron juntos a caminar alrededor de la Plaza de Armas. Villa había cedido a don Pablo el lado preferente al caminar con él, de modo que con su mano izquierda llevaba por el brazo derecho al general. En ese paseo iban cuando por una calle que conducía a la plaza irrumpió una banda villista de soldados ebrios que disparaban sus pistolas al tiempo que gritaban:

-¡Viva Villa, jijos de la tiznada!

De sobra está decir que con excepción de "Viva Villa" todas las demás palabras eran más sonoras. Al oírlas, y al ver la amenazante actitud de los soldados, los saltillenses que salían del baile se pegaron todos a la acera, esperando alguna agresión o tropelía de los escandalosos.

Pablo González, entonces, cambió de lado, se puso a la derecha de Villa y con su mano lo tomó del brazo. Así siguieron caminando un trecho más. Luego habló González a Francisco Villa.

-General, -le dijo con voz de orden-, mande usted a esos hombres que inmediatamente se vayan al cuartel.

Villa no estaba acostumbrado a oírse mandar así. Hizo un movimiento instintivo como para sacar la pistola, pero sintió la fuerte presión de la mano de don Pablo, que le oprimía el brazo como garra impidiéndole todo movimiento. Entendió el guerrillero la previsión del general. Sonrió y abandonó su actitud de violencia. Y luego:

-¡Fierro! -llamó con fuerte grito a uno de los hombres de su estado mayor-. ¡Llévense a ésos al cuartel!

Y sin decirse más, Pablo González y Francisco Villa siguieron su paseo. Nadie se percató de que en Saltillo, esa noche, pudo haber sucedido algo que ciertamente habría alterado el rumbo de la Revolución.